Desde la prohibición de ciertas palabras que están de actualidad, prohibición que un gobernante con malas pulgas y peor corazón hace a sus gobernados, como puede ser guerra o invasión, se hace una llamada a ser fieles a un país desde la aldea global que somos y a la que pertenecemos.
Es difícil mentar y comentar la prohibición de una palabra, quizá desde la intimidad como yo misma sugiero a mi alumnado cuando los pillo diciendo alguna palabrota o palabra menos aceptada en según qué ciertos lugares sociales, sea una institución o lugar de trabajo. Sí, que digan esas mismas palabras en casa, pero no cuando se convierten en modelo educativo para la sociedad.
Pero no hay palabra prohibida, mala o innombrable, si está en el diccionario de la RAE o en otros. Hay palabras malsonantes como los insultos casi siempre basados en la conducta sexual de los familiares, eso sí que es cobarde. Por tanto, deberíamos poder utilizar cualquier vocablo, siempre que no se ofenda al que tenemos en frente. Si guerra e invasión no deben usarse porque no es apropiado según quien mantiene la guerra o invasión, sería bueno que las dos palabras cayeran en desuso al igual que la propia acción de guerra. En eso estaríamos casi todos de acuerdo.
Las palabras se componen de letras y no hay que tener miedo a nombrarlas como ellas son. Una guerra es guerra y ya bastante dura la contienda de rusos y ucranianos. Una invasión puede ser palabra invasiva para quien la realiza, pero es palabra violenta la nombres o no. Una bomba será siempre peligrosa si no la acompañas de un complemento que la haga más divertida como bomba musical o bomba fétida. La palabra refugiado se mezcla con necesidades y auxilio y con palabras como penalidad, peligro, cansancio, injusticia, hambre, frío, solidaridad, etc., todas ellas son palabras que nos rodean, y algunas es necesario que se utilicen más como la última de ellas.
Otra palabra actualmente muy utilizada es corredores, así, en plural, aunque a algunos nos retrotrae a nuestra infancia de pasillos y galerías. Un corredor era una especie de pasillo a veces acristalado y luminoso que daba al patio de algunas casas. Ahora, escuchamos la misma palabra y nada tiene que ver con nuestros juegos de infancia de corredores abiertos y lúdicos, sino con la posibilidad de que por esos pasillos gigantescos de países entren personas salvándose, o finalizando su viaje por solidaridad internacional, o cayendo atrapadas por ataques de guerra.
No quiero ni imaginar las palabras bélicas que aprenderán esos niños y mujeres que caminan durante horas, o esperan un tratamiento legal para sus vidas. Un nuevo idioma que han de usar, solos o en compañía de sus familiares, huyendo de la palabra muerte. Si es que lo pueden contar en esta guerra demasiado cruel, caliente y fría.
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