La guerra desatada en Ucrania ha despertado los peores temores de los vecinos cercanos de occidente. Imágenes del pasado se vuelven actualidad en un conflicto, ahora sí, retransmitido en riguroso directo para todo el mundo. Fuera de las imágenes directas de edificios derruidos y cadáveres de población civil y soldados, todas las cadenas centran sus objetivos en la crisis humanitaria que está por llegar debido a los millones de migrantes que tratan de huir de la barbarie.
Y, de entre todas, hay ciertas imágenes que se repiten de forma constante: mujeres, niños y niñas huyendo del horror. Más, si cabe, desde que el presidente ucraniano, VolodymyrZelensky, prohibiera la salida de todos los ciudadanos varones del país que se encontraran entre los 18 y los 60 años, lo que ha producido, de facto, la salida exclusiva de ancianos, mujeres y niños.
El horror de la guerra hacia las mujeres no es nuevo y no solo se produce en estos momentos junto a las fronteras de la conmocionada Europa, sino que se ha mostrado, y con tremenda crudeza, en todos los conflictos armados recientes. Solo hay que recordar las mujeres y niñas obligadas a trabajar como esclavas sexuales en Afganistán, la recurrente estrategia de BokoHaram por utilizar como esclavas sexuales a las mujeres y niñas de las poblaciones que se encuentran bajo su dominio; a las mujeres y niñas de Birmana que, tras más de cincuenta años de conflictos internos, y aún a pesar de que el conflicto militar finalizó de forma oficial, que no oficiosa, en 2016, se ha continuado explotando sexualmente a las mujeres tanto por parte las fuerzas militares birmanas, como por parte de las milicias étnicas.
Otro caso llamativo fue el de los conflictos de los Balcanes en la década de los noventa. En ellas, a parte de la contrastada ola de mujeres que fueron repartidas por el resto de Europa y oriente próximo, y que fueron obligadas a ejercer la prostitución, otras, aún jóvenes, niñas y mujeres, fueron trasladadas de manera ilícita por las mafias a través de la frontera con Albania para que, despúes, les fueran extraídos los órganos para ser utilizados para trasplantes.
En el año 2016, la Universidad de las Naciones Unidas organizó un taller cuyo nombre era: “Lucha contra la trata de personas en zonas de conflicto”. En el mismo se desgranan lo que, para la organización, constituyen las tres tendencias de trata de seres humanos en conflictos armados: la trata de personas dentro del conflicto armado; el tráfico de migrantes fuera del conflicto y la trata de niños para utilizarlos como combatientes. Otro dato, que puede llamar la atención es que, según las estimaciones de la ONU, el 40% de los niños combatientes son niñas. Algo a lo que tampoco han escapado.
Los riesgos de las zonas de conflicto son muchos, pero en lo que se refiere a las mujeres y niñas, los principales, y que fomentan e incrementan la situaciones de explotación sexual son: las situaciones económicas desesperadas, el debilitamiento del Estado de Derecho en los países inmersos en conflictos y el colapso de los servicios sociales. No son pocas las familias que, ante la desesperación y miedo, llegan a vender a sus hijas como forma de escapar de la debacle económica o, incluso, como forma de evitar su explotación sexual. Si están casadas, piensan, pueden llegar a evitar la prostitución.
En el conflicto más próximo y actual, el de Ucrania, aunque por desgracia no será el último, vemos una oleada de mujeres y niñas que, casi de manera incontrolada, solicitan ayuda para escapar mientras permanecen tiradas en campamentos improvisados o polideportivos. Muchas son las ONGs que ya levantan la voz contra el traslado anónimo de estas mujeres y niños. Entre los voluntarios, que de forma altruista quieren ayudar, ya se han detectado mafias o personas con otros intereses nada humanitarios como son la explotación sexual y laboral. Es por ello que, en caso de realizar algún transporte de personas desde la frontera Ucraniana, reiteran la necesidad de ponerse en contacto con las organizaciones que trabajan sobre el terreno y con las administraciones públicas de nuestro país. Eso, además, ayudará a la integración social de las personas que huyen de la guerra en sus nuevos destinos.
Si no cambian las cosas, y no tiene pinta de ello, en varios meses y años veremos cientos de operaciones policiales en Europa y el mundo, donde las víctimas de la trata sexual serán mujeres y niñas de origen ucraniano.
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