El sociólogo Zygmunt Bauman afirmó que el ser humano tiene el instinto del trabajo eficaz, es decir, todo el mundo se enorgullece del trabajo bien hecho. Las personas tenemos, por instinto «una repulsión innata hacia el trabajo rutinario, el esfuerzo inútil y las prisas sin sentido». Por lo tanto, ser periodista, comerciante, abogado, empresario, panadero, arquitecto, etc., es un trabajo, y nuestro instinto nos lleva a realizar ese trabajo de manera eficaz. Nuestra meta es convertirnos en buenos profesionales.
Y si ampliamos el campo de actuación, nos daremos cuenta de que también es un trabajo ser madre o padre, amigo, esposa o marido, o hermanos. En consecuencia, nuestro instinto nos lleva a ser buenos padres, buenos amigos, buenos contrayentes o buenos hermanos. En definitiva, mi instinto me lleva a ser buena persona.
Sin embargo, el hombre es el único ser vivo de la tierra que no nace con ese instinto desarrollado. Las personas no nacemos siendo lo mejor de nosotros mismos. Nacemos con ese potencial, y para alcanzar ese objetivo tenemos que empeñarnos.
El león no necesita esforzarse para ser mejor león, es lo que es desde el momento en el que nace. No existen leones buenos y leones malos. Y tampoco necesita estar con otros leones para convertirse en león, para actuar conforme a su naturaleza. El hombre sí.
Solamente nosotros somos capaces de convertirnos en lo mejor de nosotros mismos, pero necesitamos de los demás para conseguirlo. Y he aquí la paradoja y la grandeza del ser humano: somos libres para elegir qué es lo que queremos ser. Nosotros tenemos opción, el león no. El león es lo que es, le guste o no, no puede elegir. Nosotros sí.
Y para poder desarrollar nuestro instinto de ser buena persona, se nos ha regalado el mejor don y la mejor habilidad que un ser vivo puede tener, la sonrisa y la amabilidad.
El hombre necesita de los demás hombres para conseguir ser lo mejor de sí mismo. Por eso se le otorga la capacidad de sonreír, para poder acercarnos a los demás. Cuando una persona sonríe a otra, le está invitando a acercarse a ella. Si en cambio, le ofrece un fruncido de entrecejo, el significado también es inequívoco, ¡ni te acerques!
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