Se reconoce muy fácilmente que una grabación de vídeo tiene ciertos años. Aunque las imágenes sean en color, los vídeos caseros de los años 80, por ejemplo, están cubiertos de una especie de polvo que desvive los colores, difumina los contornos, robotiza los movimientos. Puede que lo mismo ocurra con los recuerdos, en realidad. Acaso uno mismo tendría esa sensación de apagamiento al ver grabadas las cosas que vivió con los amigos de la juventud (Dios quiera que no haya semejantes grabaciones en ningún lugar). Tal vez la realidad fuera más tibia, menos nítida, más vulgar, en una palabra, que el recuerdo.
Cumplir cincuenta años, creo yo, tiene el mismo mérito que cumplir cuarenta o cuarenta y ocho. En esencia, no hay que hacer otra cosa que estar ahí, anclado a las hendiduras del tiempo. Sin embargo, haber vivido medio siglo eleva la mirada a cierta altura, otorga el crédito de los años, que han ido soltando sus mudas de piel sobre la espuma de los días. Tiene algo de pasar al otro lado de una frontera, de empezar a subir a un desván cuya existencia conocemos, pero no lo que encierra, porque nunca nos ha interesado lo suficiente.
Por eso me sorprende ver que ahora, hoy, cuando soy yo quien descorre el velo, descubro que son muchas las cosas que brillan como el bronce de la lámpara maravillosa; que tengo puzles a los que apenas he puesto las primeras piezas; que la vida me reclama de tantas formas que no soy capaz de atenderlas todas. Muchas de ellas están engarzadas en el encadenamiento de los días, pero otras tantas me recuerdan que tengo más sueños por delante que metas cumplidas. Solo la ilusión, no la edad, nos hace levantarnos dispuestos a sentir el corazón del mundo en el pulso de las venas.
Como cierta vez me dijo alguien muy especial, mis colegas de toda la vida tienen nombre de Teletubbies: Wanka, Fichi, Pulum, Cusqui, Cochi, Gali… No sé si el pasado es una grabación desvaída, pero sí sé que lo mismo da, porque, cuando, justamente hoy o cualquier otro día, volvamos a encontrarnos, la risa llenará todo de inmortalidad.
¡Cincuenta, chavales! Y lo que nos queda. No temáis: la negra muerte nunca podrá llevarse lo bailado.
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