El pasado domingo fue la segunda vuelta de las elecciones presidenciales de Francia. Unos han respirado satisfechos porque ha vuelto a ganar Macron y ha perdido Marie Le Pen representante de la “peligrosísima extrema derecha” y otros creen que la distancia entre ambos cada vez es más corta por lo que ya falta menos para que desaparezca la V República Francesa y la Unión Europea, que tantas esperanzas despertó, se vaya al traste.
Cuando las diversas naciones europeas crearon la UE creyeron que ello reforzaría a cada una de ellas frente al peligro de totalitarismos recientes entonces en Europa. Lo que no imaginaron es que verían sometidas sus naciones a las decisiones de los numerosos organismos, tribunales y mandatos que han ido inventándose en Bruselas.
Especialmente grave es que la Unión Europea haya optado por seguir las consignas del globalismo y sus doctrinas tituladas progresistas y pretenda castigar a naciones como Polonia o Hungría que no están dispuestas a ello.
Lo mismo que a los niños pequeños se les asusta con el “coco”, las autoridades de Bruselas nos asustan con la amenaza de que “viene la extrema derecha” y como allí se maneja la moneda única pueden influir decisivamente en las economías nacionales.
No deja de ser curioso que solo se reconozca la existencia de una extrema derecha y nunca una extrema izquierda que es la que sustenta aquí el poder del partido socialista, aunque se trate de una izquierda con partidos políticos tan repelentes como Unidas Podemos, Bildu o los separatistas catalanes.
Tampoco creo que el Partido Popular represente los valores que siempre encarnó la derecha sobre la familia, la propiedad o las creencias religiosas, como pudimos comprobar con el gobierno de Mariano Rajoy que, a pesar de tener mayoría absoluta, no quiso anular ninguna de las leyes que aprobó el socialista José Luis Rodríguez Zapatero, por si le llamaban la atención en Bruselas.
No podemos olvidar que la Organización de las Naciones Unidas, que creímos serviría para evitar guerras y enfrentamientos, es la gran difusora de las ideas malthusianas que exigen para salvar el planeta, disminuir su población.
Estamos viendo estos días la guerra de Ucrania, en la que Moscú bombardea las ciudades en las que mueren civiles y niños, sin que la ONU esté haciendo algo por evitarlo. Tampoco evitó las guerras pasadas como las de Corea, Afganistán o Siria entre otros, cuyas víctimas siguen clamando justicia.
Incluyamos también a la OTAN entre las organizaciones incapaces de hacer alguna buena cosa. Desde Rockefeller, quienes realmente imponen al mundo sus intereses y sus ideas son las grandes corporaciones capitalistas, verdaderos dominadores del planeta, aunque algunos se disfracen de ONGS y hablen de sociedad abierta (OPEN SOCIETY) como Soros o Bill Gates.
He leído que en California se ha aprobado una ley del aborto que permite matar a los niños hasta 28 días después de su nacimiento. Los cadáveres pueden servir para trasplantes o investigación científica y la gran central del aborto norteamericana, Planned Parenthood, inunda África, Asia o América del Sur de medios abortivos, también para “salvar el planeta”, es decir evitar que muchos pueblos puedan desarrollarse con sus propias riquezas, y que las “tierras raras”, no tengan que extraerlas niños esclavos africanos para que los grandes puedan seguir su fabricación de chips.
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