Tenemos la idea de que hemos entrado en una nueva etapa en la que nuestra nación parece haber adjurado de muchas de sus tradiciones, de lo que han sido costumbres parlamentarias y de la importancia de algunas de sus instituciones más relevantes, que tomaron cuerpo, se entronizaron y fueron el leitmotiv de lo que se dio por denominar la España de la transición, fruto de la nueva Constitución, postfranquista, de 1978.
Hubo un antes y un después en lo que fue la restauración de los Borbones en la monarquía española. En unos momentos de grave incertidumbre para el pueblo español, que estuvo dudando sobre si continuaría el régimen del general Franco o se producirían cambios traumáticos de consecuencias imprevisibles; se instauró de nuevo la monarquía, en la figura del rey Juan Carlos I, como elemento aglutinador de las distintas tendencias políticas que más o menos se venían dando a conocer a través de los últimos años de la dictadura, si bien, como luego se demostró, la importancia que se le venía dando al comunismo, como adalid del antifranquismo, cuando llegaron las urnas, quedó disminuida y relativizada en comparación con el auge de un socialismo, liderado por el señor Felipe Gonzáles, fruto de lo que fue su restauración en el congreso de Suresnes de octubre de 1974, en el que se estableció la gran diferencia entre socialistas y comunistas, renunciando los primeros al marxismo leniniano.
La importancia de la gestión del nuevo monarca que no se ajustó, como hubiera deseado el general Franco, a lo que fueron los principios del Movimiento del 18 de Julio, sino que se dio a conocer como un personaje independiente, capaz de relacionarse con los partidos políticos de derechas e izquierdas y con una gran habilidad para lograr que una ciudadanía que, en su mayor parte desconocía el sistema monárquico, se fuera convenciendo de sus bondades y, en especial, se rindiera ante la simpatía y llaneza del nuevo soberano, que fue capaz de elevar la figura del Rey a un rango desconocido para el pueblo español. Todo en lo que acertó Juan Carlos por lo que respeta a sus actividades internacionales, a sus magníficas relaciones con la monarquía marroquí, a su habilidad para gestionar buenos contratos económicos para España, lo fue perdiendo a medida que, primero en los errores que cometió en su vida privada, sus affaires extramatrimoniales y sus errores políticos que, fueron explotados y utilizados por los enemigos de la monarquía y los comunistas bolivarianos, cuando se instauraron en España.
A medida que los socialistas, de la mano de Pedro Sánchez se fueron haciendo más fuertes y lograron alianzas con comunistas y otros partidos de izquierdas, consiguiendo su apoyo para formular la moción de censura, que derribó al señor Rajoy y les entregó el poder, que luego revalidaron a través de las urnas, ante la incapacidad de una derecha acomplejada, que fue incapaz de reaccionar a la debacle de la renuncia de Rajoy, mientras los socialistas se fueron reafirmando en el poder. Los errores de Juan Carlos, su mala fama como mujeriego, los acontecimientos de sus viajes cinegéticos y la figura de Corina como amante, intrigante y convertida en una figura emblemática para atacar al rey, hicieron inevitable la renuncia de Juan Carlos a favor de Felipe VI, cuya actitud en todo el proceso, seguramente influido por su mujer Leticia, no fue lo ejemplar que se hubiera esperado de un hijo del monarca.
Pero las izquierdas son como perros de presa, cuando muerden no dejan nunca su víctima y siguen en su política destructiva, que no cesó incluso cuando Juan Carlos abandonó España, seguramente por temor a ser imputado por la Justicia. Han insistido y, qué duda cabe, han ido cercando, chantajeando, forzando y amedrentando con vayan ustedes a saber qué clase de coacciones para que, primero, ayudase a que su padre abandonara España y, posteriormente, a toda una serie de actos y declaraciones que han convertido al rey Juan Carlos I en un proscrito que, pese a que la Justicia no ha encontrado delito en sus actos de gobierno, se ha visto obligado a permanecer en el destierro de Kuwait, como último servicio a su hijo.
Sin embargo, incluso los que no siendo monárquicos, creíamos que Felipe VI debía continuar reinando, para salvaguardar la Constitución y evitar que el comunismo internacional volviese a intentar acabar con España; no parece que esté en condiciones de ejercer como monarca, dando la mala impresión de que, el actual gobierno de Pedro Sánchez, lo tiene recluido en el palacio de La Zarzuela, rodeado de personajes encargados de su vigilancia, sin que se le conozcan declaraciones ni opiniones que pudieran dar una explicación a semejante retiro, y utilizado exclusivamente para viajes de tipo político ( tomas de posesión, congresos, visitas protocolarias etc.) siempre acompañado del ministro correspondiente que, seguramente, impediría cualquier declaración molesta que pudiera salir de la boca del monarca. De la reina Leticia, mejor no hablar. Su comportamiento como reina consorte siempre ha sido la muestra de la gran equivocación de Felipe al contraer matrimonio con una plebeya, divorciada y de ideas más parecidas al socialismo dominante que a las que le corresponderían como reina de España. Su ambición y autoestima la hacen un personaje prescindible para España.
Es evidente que las izquierdas tienen un plan bien trazado con respeto a la monarquía en España. Como en tantos otros aspectos que les estorban de nuestra actual Constitución, saben que les es imposible, por falta de votos, intentar un cambio o una modificación, porque no disponen de la mayoría necesaria para poder lograrlo. Sin embargo, al someter al Rey a un aislamiento cenobiano, al privarle de promocionarse, al impedir que sepamos lo que verdaderamente opina de lo que está sucediendo en el mundo y en España, están haciendo que el pueblo español, poco a poco, vaya alejándose de la institución monárquica, a la que se rebajaolvidándose de su verdadero significado, como aglutinante de los distintos pueblos de nuestra nación y como valladar en contra de regímenes de extremistas y comunistas que, por si solos, son capaces de acabar con una nación si se les da pie para poder hacerlo.
No sabemos lo que puede ser peor, si dejar languidecer la monarquía condenándola al ostracismo o bien ir alargando su agonía hasta que consigan, por los medios que fueren, acabar con esta Constitución, para poder redactar otra en la que se suprimiera definitivamente el sistema monárquico. Lo malo es que, si el pueblo español lo quisiera decidir así, lo que es perfectamente legítimo; debería primero tener la oportunidad de valorar libremente todos los aspectos, importantísimos, que existen a favor o en contra de un régimen monárquica; algo que, definitivamente, no iba a ocurrir si fueran las izquierdas las que tutelaran un proceso parecido, debido al componente jacobino que predomina en todas ellas, más dispuestas a solucionar las cuestiones a la brava, antes que dar oportunidad al sentido común, la razón y la legalidad vigente.
Hay cosas que demuestran en qué lugar nos encontramos por lo que hace referencia a nuestro sistema monárquico. Presentan como un ejercicio de trasparencia el que la familia real ya presentado “libremente” una declaración de sus bienes: dos millones y medio de euros. Qué quieren que les diga, me parece algo ruin, impropio, populachero, hortera y humillante que un monarca nos tenga que decir que, en España, tenemos a la familia real más pobre, indigente, controlada ( el gobierno va a controlar minuciosamente todas las partidas del gasto de la monarquía) menospreciada y, a la vista de lo que está sucediendo, menos útil de todo el resto de monarquías reinantes en las naciones europeas. Vean, si no, a la opulenta reina Isabel de la UK, una señora que posee una de las fortunas más saneadas del mundo; a los Grimaldi de Mónaco ¿piensan ustedes, ni por un momento, que Alberto II de Mónaco tiene un patrimonio tan reducido o que su fortuna personal multiplica por varios dígitos la declarada por Felipe VI? Vergüenza debiera darle al Gobierno español que, una nación de la solera de España, una de la que más figuró en la historia del mundo, tenga una monarquía reinante con un patrimonio que, hoy en día, debe haber miles de españoles que lo puedan mejorar ampliamente. No es cuestión de si son ricos o no, es cuestión del prestigio de la nación española.
O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, estamos viendo como el sentido del ridículo en nuestra nación, ha dejado de existir en manos de una serie de zopencos intelectuales, incapaces de distinguir entre la que es un patrimonio nacional, como sería el caso de la monarquía española, de lo que son las mezquindades de cafetucho, de aquellos que son incapaces de entender que hay valores que precisan ser mantenidos y respetados por encima de tacañerías, ñoñerías, discusiones de verduleras o, simplemente, envidias de aquellos que nunca van a ser capaces de destacar en ninguno de los temas de la vida. Y este sentimiento, es de los que no se venden en botica, pero son capaces de darle valor a unos principios de nos fueron trasmitidos de generación en generación.
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