La naturaleza ha impreso en la mente de todos, sus entidades vivas, diferenciadas en reinos, que son trascendentes ante un insaciable deseo de búsquedas y de anhelos naturales, tanto para nuestra salud como para nuestra casa común. No olvidemos que las plantas concretan el 80% de los alimentos que nos llevamos a la boca y, simultáneamente, también suministran el 98% del oxígeno que respiramos. En consecuencia, más que por la cosecha recogida, tenemos que afanarnos por las semillas sembradas, aunque el 40% de los cultivos alimentarios se pierdan cada año, motivados por enfermedades diversas. A propósito, quizás tengamos que aprender a cultivar las buenas prácticas con la naturaleza, que es lo que nos ayudará a restaurar el medio ambiente.
Ahora se habla de turismo más ecológico y sostenible. Indudablemente, esta barbarie humana destructiva contra el alma vegetativa, tan enfermiza como cruel, no es buena para nadie, ni para el sector agrícola que aminora los ingresos, pero tampoco para nosotros los consumidores. Nuestras propias actividades mundanas, a causa del uso irresponsable y del abuso de los bienes que custodiamos, unido al cambio climático, están alterando los ecosistemas y dañando la biodiversidad, al tiempo que instauran nuevas atmósferas de epidemias, capaces de activar todo tipo de pestes, máxime en un momento en el que los viajes y el comercio internacional no cesan; fruto de este mundo globalizado, que no fraternizado, para desconsuelo del propio linaje. De ahí, la urgente obligación que tenemos de salir de este espíritu degradante, que todo lo incendia y desmorona a su antojo.
Seguramente, tengamos que tomar otra orientación más solidaria y humanística. Para empezar, deberíamos concienciarnos mucho más por los seres vivientes, así como por el vínculo de la dependencia entre reinos. Nosotros mismos somos parte de esa tierra viva. Nada de este mundo debe resultarnos indiferente. No olvidemos que cualquier tipo de arbusto es esencial, sintetizan nutrientes que alimentan a herbívoros y carnívoros; que, a su vez, proporcionan cantidades de residuos orgánicos, los cuales originan nuevas procreaciones de verdes macizos. La sanidad vegetal, por consiguiente, es clave para nuestro propio desarrollo integral y de seguridad alimentaria. Si no protegemos el alma vegetativa con pequeños gestos, difícilmente vamos a construir una cultura respetuosa con aquello que nos envuelve, siendo la base del bienestar social.
Bajo este contexto, de que sin la producción de plantas tampoco habrá alimentos para las personas ni piensos para los animales, todo está en relación, lo que nos demanda una adecuada educación estética y la salvaguardia de un ambiente saludable. Está visto que la tecnología no lo soluciona todo, y a veces resuelve algo pero crea otros problemas, que terminan afectando al orbe entero. En este sentido, tranquiliza que la respuesta internacional para prevenir la propagación de plagas no cese en su trabajo constante, en un momento de tantas dificultades con el impacto del cambio climático sobre nuestras espaldas y la propia naturaleza que responde agotada por la irresponsable huella ciudadana. Ante estas tremendas situaciones que amortajan el alma vegetativa, mi pensamiento se dirige hacia esos auténticos trabajadores de la tierra, que la cultivan con lágrimas y sudor, pendientes siempre de su parcela para que dé fruto, y lo provea en abundancia para poder compartirlo. ¡Infinita atención, pasión y dedicación; para ellos no hay horarios! Llevan consigo el pulso natural en sus entrañas. Por desgracia, lo que hoy domina es el dinero, siempre lo ha sido, pero ahora más, con el célula de los dominadores sin escrúpulos.
Vuelva a nosotros, pues, ese soplo de sanación y justicia para todos los reinos. Fortalecer los sistemas de seguimiento y alerta temprana para proteger las plantas y la sanidad vegetal, me parece muy buen inicio, que debe de reforzarse con un corazón más desinteresado y cooperante. Así podremos sanar los males que nos circundan, jamás vengarlos. De entrada, yo me quedo con lo que el Creador hizo, el campo lozano con horizonte azul y su sonido armónico, no la urbe del empedrado y su sombra de humos contaminantes, que los mortales nos hemos reinventado. ¡Cuántos vergeles usurpados por los ladrillos! En efecto, son demasiados los campos destronados por la burbuja del interés. ¡Qué pena!
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