Salían los mineros, de modestas casas, con sus caras limpias sus ropas lavadas.
Era muy temprano, casi madrugada, porque hasta la mina la vereda es larga.
Y había que llegar, antes que sonara, desde el castillete la recia campana.
Subían en silencio, a la oscura jaula, que los llevaría a la negra entraña.
Al llegar al tajo, con pico y con pala, emprendían la lucha dura y porfiada.
Para extraer del frente, cientos de paladas, del negro carbón que tan duro estaba.
Sufrían sus pulmones, la invasión callada, de gases nocivos en cada jornada.
Así un día y otro, semana a semana, aquellos mineros la vida pasaban.
Ellos, sin embargo, nunca se quejaban, eran un ejemplo de tesón y calma.
Aún los recuerdo, con sus negras caras, pero muy felices volviendo a sus casas.
Dedicatoria: A todos los mineros de Belmez y Peñarroya por su valentía.
|