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Opinión
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Un mundo divido en bloques irreconciliables va a la ruina

Recemos por la paz sin descanso y pidamos inteligencia para elegir a nuestros gobernantes
Francisco Rodríguez
martes, 17 de mayo de 2022, 11:14 h (CET)

Mirar el televisor a la hora de los noticiarios es para echarse a llorar. Ver caer las bombas destruyendo barrios enteros de Ucrania me impresiona. Que en un momento queden destruidas las pertenencias de miles de familias: sus ropas, sus retratos, sus recuerdos y tengan que huir, si pueden, o quedar muertos y enterrados en una zanja me resulta altamente doloroso. Seguramente que así han sido todas las guerras, pero las de Corea o Vietnam, el Afganistán o la Indochina nos quedan lejos y para quienes leíamos las noticias de cada día en el papel de los periódicos no nos causaba tanta impresión.


Quizás la guerra que tuvimos más cerca fue la de Yugoeslavia. Allí hubo españoles que murieron y sufrimos el impacto de aquellas desgracias. Las guerras en África tampoco nos quitaron el sueño, aunque ahora sabemos de su crueldad y algunos actores, como Mandela, merecieron nuestra admiración. La guerra de Argelia contra Francia, que el general De Gaulle terminó me dejó bastante perplejo pues los combatientes musulmanes, tras la paz, se marcharon a Francia y allí siguen no sé si como argelinos o como franceses. De las dos guerras mundiales sé más por lo que he leído que por haberlas vivido. El mundo quedó divido en dos bloques: el ruso, comunista y el americano. 


La Unión Soviética, después de la caída del muro de Berlín, pareció haber quedado apartada de la escena internacional mientras la Europa del Mercado Común se afirmaba. De la Unión Europea de Adenauer, Schuman o De Gásperi pasamos, casi sin darnos cuenta a la Unión Europea (UE) y a formar parte de la OTAN. Los dos bloques volvían a revivir, el ruso con Putin y el de la OTAN con Norteamérica. La guerra de Ucrania ha puesto de manifiesto que el enfrentamiento entre los dos bloques continúa, razón por la cual Suecia y Finlandia piden entrar en la OTAN. Nuestra vieja España, en manos de malos políticos, no sabemos que papel le tocará jugar, aunque me temo lo peor. Por seguir en el mando, el actual presidente está dispuesto a dejar que España se trocee con los separatismos o entregar a Marruecos nuestras ciudades de Ceuta y Melilla. 


No se me alcanzan las ventajas de formar parte de la Unión Europea que no nos va a salvar del desastre económico y nos obligará, por encima de nuestra propia Constitución, a aceptar sus ideas “progresistas” que consisten en salvar el planeta disminuyendo la población mediante el aborto y la eutanasia y obligándonos a aceptar verdaderas riadas de emigrantes africanos. Si Dios no lo remedia, la América Española será un conglomerado infecto de narco-estados comunistas. La sombra de Fidel y sus barbas revolucionarias, van deshaciendo los países que España civilizó.


Nunca pensé que llegaría a ver los acontecimientos que estamos viviendo. Dada la edad que tengo tampoco espero ver mucho más, pero mi esperanza de que íbamos hacia un mundo mejor y más justo se han desvanecido, lo que siento por mis hijos y nietos. Rezo porque no sigan los enfrentamientos entre dos bloques que solo pueden traernos muerte y destrucción. 

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Es propio de estas fechas hacer balance del año. Pero, entreviendo conclusiones poco gratas, opto por emprender una cavilación breve y escrita sobre la noción, más genérica, de cambio o transformación, ese “leitmotiv” recurrente del progresismo contemporáneo cuando medimos cualquier mutación en términos de avance social.

Cuando las jerigonzas se extienden en los ambientes modernos, las habladurías altisonantes no pasan de generar unas algarabías sin sentido. Los hechos repercuten en cada ciudadano, sin guardar relación con lo que se dice. Se consolida una distorsión de graves consecuencias, lejos de ser una rareza, se generaliza en la práctica diaria.

Como la lluvia fina que parece que no, pero cala hasta los huesos: el mensaje es claro, quieren que acabemos pensando que “lo que nos viene encima es irremediable”, que los recortes que van a dar en el Estado del bienestar de aquellos que todavía tienen la suerte de tener una nómina, son absolutamente necesarios.

 
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