Una vez más tengo que escribir, bien a mi pesar, del presidente del gobierno de España, el tipo más embustero, cobarde, egocéntrico y traidor de nuestra historia. Y debo hacerlo, porque tras la rotura de las instituciones que está procurando, sin que nadie de los suyos (a pesar de lo que dicen sotto voce) se atreva a pararle los pies de una vez, si no queremos vernos abocados al fin de la democracia y la destrucción de una nación con una antigüedad de más de 500 años.
Porque este sinvergüenza solo quiere aguantar el chaparrón y seguir cobrando del presupuesto. Creo que todos hemos escuchado las injustas e indecentes palabras de aprobación (“asunto bien resuelto” y “ejemplar cooperación para repeler el asalto”) sobre lo que todo el mundo ha visto y ha hecho el reino de Marruecos con unos pobres subsaharianos que pretendían saltar la valla de Melilla, con cerca de 40 muertos y una fuerte represión sin precedentes:golpeados, gaseados y tiroteados por la policía marroquí y sin asistencia sanitaria. Y, ¿cómo no?, todos nos acordamos del Aquarius, aquel barco con el que, hace casi cuatro años, empezó la hipócrita gestión del cateto y plagiador para engañar al mundo entero. En aquel momento dijo muy ufano “haber salvado la vida de 630 personas”.
Y es que este “salvavidas” es así: además de salvar -según él- a aquellos migrantes, durante la pandemia nos salvó a 450.000 españoles. Sin embargo, ¡qué casualidad!, todavía no conocemos el número de muertos por la pandemia. Pero no queda ahí la cosa, porque los miembros de su gobierno van en la misma línea: ayer, con la mayor desvergüenza, la portavoz del gobierno, se atrevió a despreciar a todos los periodistas que cubrían la rueda de prensa tras el consejo de ministros. Cinco de ellos, preguntaron a la inútil Irene Montero sobre la tragedia de Melilla. Y mientras ella cerraba su boca, la portavoz respondía a los periodistas “saliéndose por la tangente” con el mayor descaro, de una manera indigna. Eché de menos un plante general de los profesionales. Pero sobre todo me di cuenta -una vez más- de lo que tenemos encima.
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