Cuando hablamos de políticos despreciables, incluimos ahí varios infravalores entre los que se encuentra la resistencia a marcharse del cargo, renunciar al sueldo, prescindir de numerosos privilegios, prebendas y un largo etcétera. El último caso con el que hemos tropezado es el de Laura Borràs quien, hasta ayer, era presidenta del Parlamento catalán. «Tendrán que matarme», dijo el «caballito de mar», como popularmente se la conoce entre sus compañeros de formación o simplemente «percherón» en el decir de la oposición españolista, aunque de forma cariñosa.
Borràs es presuntamente culpable hasta para sus compañeros de aventuras secesionistas, de ahí que no dudaran en su cese el PSC, la CUP y ERC. Tan solo sus compañeros de Junts, pero con gran división en la formación, mostraron su apoyo a la ya expresidenta. Y no todos. Parece que no hay más cera que la que arde: ha sido suspendida por su acusación judicial, sin más, y la apertura de juicio oral. La reacción de la ‘amiguita’ de Carlos Puigdemont ha sido más ridícula que el peruano, Pedro Castillo, con su sombrero de cowboy trasnochado, y que ha llegado a formar cuatro gobiernos en pocos meses.
¡Qué mal llevan los políticos jóvenes eso de dimitir! Me da la impresión de que no saben conjugar el verbo, acción ésta que deberían dominar antes de tocar poder porque ellos exigían la dimisión a las primeras de cambio y si se trataba de alguien ajeno a su ideología; es más, muchos de ellos, de lo primero que informaban a los medios de comunicación era eso de «no voy a dimitir». Miren atrás y recuerden a Irene Montero, la ‘bandolera’ cuasiterrorista, Isa Serra, el propio corrupto y condenado por abuso laboral, Pablo Echenique, Mónica García, Ábalos tras la aventura aeroportuaria con Delcy Rodríguez, el amortizado Marlasca, Belarra tras su enfrentamiento con Sánchez y la exigencia de no enviar armas a Ucrania, Ramón Espinar (chico «Black»)…y así podríamos completar una amplia lista.
Hoy es un hecho que los herederos del prófugo Puigdemont están en plena guerra civil. No parecen entender que en apenas un año estarán en elecciones municipales y, si no cambian las cosas o pillan a ERC con las manos en el cajón, la formación republicana tiene una mayoría asentada en todos los sondeos elaborados. Por mucho que la CUP o el PSC se esfuercen, son los herederos de Terra Llivre quienes cortan el bacalao en Cataluña. Hasta el «botifler» Rufián acabará de concejal en su pueblo. Quien piense que Junts puede recuperarse es que no entiende nada de la realidad. La formación que abanderó el 1-O está rota, dividida en bloques y llorando por las esquinas tras la suspensión de Laura Borràs como presidente del Parlamento catalán. Pintan bastos para la derecha catalana que se echó al monte apoyando a independentistas y formando parte del golpismo represivo catalán.
Y si la expresidenta Borràs está imputada por corrupción --delitos de prevaricación y falsedad documental, al fraccionar contratos de la Institución de las Letras Catalanas (ILC) para adjudicárselos a un amigo—añadan a ello la evidente incertidumbre que tiene en Bélgica el huido Puigdemont, incapaz de asumir sus reiteradas irresponsabilidades como lo hicieron sus consejeros y vicepresidente, además del fracaso tremendo que está cosechando en Europa su abogado, Gonzalo Boye.
La distancia ha hecho que Puigdemont haya perdido todo protagonismo en su partido, ni siquiera muchos de los suyos le apoyan ya y la Caja de Resistencia se resiente. Añadamos a ello la nula credibilidad que le otorga el Parlamento europeo. No se sorprendan si en octubre lo tenemos en España, sobre todo si se confirman las noticias llegadas ayer de Bruselas. Y dudo que, para este cobarde huido en el maletero de un utilitario, haya indulto. Ha demostrado que tiene una pedrada soberana tras conocerse su barato discurso antiespañol y golpista. «Puchi» tiene más conchas que un galápago; es decir, su hipocresía lo es en grado sumo.
Nadie puede negar los reinos de taifas existentes en Junts, como no puede negar las disputas de poder entre la amortizada Borràs y el expresidiario golpista, Jordi Turull, cada día más distantes y en disputa permanente. Lo miremos como lo miremos no se entienden la presidenta del partido y el secretario general.
Si piensan que no hay más cera que la que arde, se puede asegurar que ya ha ardido toda. La linde se ha agotado y las burradas de Laura no tienen más recorrido. Explíquenme de qué ha servido que la presidenta de la Cámara llegara a pedir la recusación del magistrado que la investiga. Fue una forma de perder y ganar tiempo, incluso un abuso innecesario. Y el colmo fue exigir que fuera juzgada por un jurado popular.
Laura Borràs está donde debe estar. Si alguien piensa que sobre ella hay algún tipo de «persecución judicial», entonces es que no se quiere enterar de la realidad. Quien la hace que la pague, se llame Laura Borràs, Pedro Sánchez o pato «Lucas».
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