Muy pronto descubrimos las dificultades de este paso por el mundo. Todavía
esperanzados en los rumbos iniciales, con frustraciones acumuladas a lo
largo de los años y frecuentes concluciones pesimistas al final, esto no
tiene arreglo. Algo continuamos haciendo mal. Con el mito del Paraíso
perdido en la retaguardia ancestral, a través de las sucesivas
generaciones, hemos acumulado experiencias de manera incesante. El nombre
dado a cada descubrimiento engrosó el bagaje; las cosas y los afectos, el
simple cruce de tendencias, los apoyos o las maldades, ampliaron los
diccionarios de las variadas lenguas. Pues, sabido es, que las
DENOMINACIONES nos aproximan a las características de lo nombrado.
Con paraíso o sin él, poner nombre a las cosas es un principio saludable
para evitar las confusiones a la hora de manejarnos con las realidades. El
punto de partida es todo un DESAFÍO, nos atrapa con diversas percepciones.
El olvido no anula las realidades, menos aún, si es una pose interesada en
aparentarlo. El recuerdo es subjetivo, tampoco equivale a la memoria,
aportan matices diferentes y no son manejables al completo. Las
alucinaciones entorpecen las valoraciones y la simple fantasía entra en los
juegos dialécticos. Si no recuerdo mal, los habitantes de Macondo
entrevieron este desafío, tomando la determinación de rotular las
diferentes realidades, no fuera a ser que el olvido o las tergiversaciones
tomaran el mando.
Iban acertados en sus previsiones; juzguemos sino las excursiones
linguísticas de todas las épocas al servicio de inteligencias desmañadas.
Vamos a llegar a un extremo en el cual el LENGUAJE mantenga su validez en
exclusiva para cada persona, fuera de lla modifica sus sentidos. Nada nuevo
en la palestra, la idea de la confusión después de Babel es un mito activo
donde los haya; de tan asumido, lo practicamos a tope; está incardinado en
los genes. Tomamos a risa la precisión del lenguaje; toda una revelación de
la descoordinación mental subyacente. Damos pábulo con desfachatez al
desencuentro creciente, de fácil comprobación en los avatares que nos
asedian.
Arrastrados por las manifestaciones públicas habituales, escuchamos un
sonsonete que acaba en concepto consolidado; las ideas están revueltas por
definición, sin manera alguna de asociarlas con fundamento. Aunque sea
falsa la conclusión, su reiteración la consolida en el plano general. El
acomodo pasa de instintivo a una credulidad necia. Puestos en esas
disposiciones venimos echando en falta la osadía del enérgico
posicionamiento personal, reivindicativo de la ASIMILACIÓN propia de los
contenidos, los lugares internos con criterio, intransferibles. Para
expresarlos con una arrogancia serena, respondona frente a las
imposiciones; que además, con mucha frecuencia son insustanciales.
Las andanzas del alma no son colectivas. Si ya discutimos con respecto a la
existencia del alma; del alma colectiva, quién sabe cuanta distancia nos
separa. Alumbrando teorías complejas volamos a considerable altura, es
evidente; desde abajo, perdidos en la distancia palpitan ilusiones,
rencores, amores, nostalgias, locuras, maldades, lágrimas, desgracias,
compasión… Es decir, divagamos con un desdén persistente hacia las
percepciones cercanas a cada sujeto, diluidas estas en la globalidad.
Precisamos de la ENCARNACIÓN de las polémicas en un descenso aproximativo a
las facetas constitutivas de cada persona. Precisamos, sí; aunque perdidos
en dialécticas inútiles, los detalles no cobran presencia en las gestiones
emprendidas.
“El copioso estilo de la realidad no es el único”, escribió Borges. Pero la
frase entraña un desliz de graves repercusiones. La acumulación de hechos
palpables deformó la realidad hasta extremos patentes; pese a lo cual, aún
domina la idea de imponerla a cualquier otra consideración. El basamento de
algo irreconocible, como el fundamento para el progreso. Dejando caer, como
si el gesto de una mano, las ilusiones, esos recuerdos entrañables, la
angustia, el aire del terruño, los abusos sufridos, no fueran SUTILEZAS
reales. Deviene en imperativo acuciante la recuperación de todas las
realidades, incluidas las personales; no únicamente las programadas por
agentes de pérfidas intenciones.
Porque si de esas sutilezas reales nos hacemos cargo, encontraremos
infinidad de caminos para el disfrute de uno de los mejores placeres
posibles; el de la transformación de los estragos personales en las
DELICIAS de una serie de vidas aventuradas, dirigidas por la calidez de las
vibraciones de la existencia. No es posible su control por la soberbia de
los humanos, aunque esta no cesa en sus intentos, con el recurso a toda
clase de supercherías. Se trata más bien de todo lo contrario, la
gratificante sensación experimentada al facilitar la vitalidad de todo ese
potencial; con el único freno de no perjudicarse entre sí. Sin duda, una
tentación reformadora distante de las trifulcas habituales.
Escuchamos frases referidas a los eventos inexplicados. Algo no hemos hecho
bien, qué habrá originado esos desastres, porqué reaccionó así… Muchos
sucesos escapan a nuestra comprensión. Notamos como los sentidos y la
experiencia directa, al menor descuido o sin él, nos dejan desconectados de
los mecanismos actuantes. Dichas fuerzas SUBYACENTES son ubicuas. En la
mente circulan como subconsciente, pero las fuerzas misteriosas del mundo
circundante superan con creces a los ocultamientos interesados, que sí son
obra de autor, agentes manipuladores. Hemos de contar con ese campo común
de los enigmas; pero afanados en el descubrimiento de las falsificaciones.
En el horno social predominan las algaradas vociferantes, casi siempre
dirigidas a distancia de manera insensata por gente creída de su
superioridad. El NUDO gordiano reúne esos funcionamientos. Por eso
necesitamos otras bases de comportamiento, distanciadas de cualquier poder
con rasgos hegemónicos, sobrevenidos por movimientos dinerarios,
tergiversación de conceptos, provocación de situaciones terroríficas o
traiciones inconfesadas.
Afrontamos el RAYO que no cesa del lenguaje quevediano, puesto que en cada
esquina nos sacude; exclamamos vivos lamentos, sobre todo quejas referidas
a los procederes de otra gente. Apenas prestamos atención a las NUBES que
lo precedieron, aunque en su configuración estuviéramos involucrados. Si
enemistados con el análisis responsable, somo meros adictos a la queja, el
revulsivo eficaz seguirá en la más alejada ausencia.
A qué las quejas, a qué; clamores nacidos frente a los despropósitos,
rutilantes y quizá rotundas. Formarán un auténtico torbellino de colores,
expresión de una vorágine artificiosa, por lo escurridiza e irreflexiva; si
no apreciamos por ningún resquicio ese ánimo cuajado para la elaboración de
mejores alternativas. Dicen que nos movemos entre mentalidades líquidas,
también por lo escurridizas; pues eso, aboguemos por el reposo preciso para
el CUAJO adecuado.
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