Laura Càmara, enfermera especialista en ginecología, obstetricia y sexóloga, refiriéndose a las maneras como las personas actualmente se relacionan desde el punto de vista sexual, dice: “Se da un aumento en el número de parejas sexuales, de recambios y sucesiones de parejas, esto significa que nos ponemos en más riesgos y aumentan las posibilidades de relaciones sin protección, además se han normalizado otras prácticas sexuales más allá del coito, como es sexo oral, por el cual nos protegemos menos”.
El desenfreno sexual que es el resultado de hacer lo que a uno le plazca en nombre de la libertad nos ha llevado a unos resultados de los que nos lamentamos. Quienes proponen hacer con su cuerpo lo que mejor les plazca venden el gozo de la sensualidad sin freno, pero nada dicen de las consecuencias perjudiciales de la satisfacción sensual sin límites.
El Creador ha dotado a los hombres y a las mujeres con el don del sexo: “Fructificad y multiplicaos” (Génesis 1: 28). Sin la atracción sexual este encargo no se podría cumplir. El hombre y la mujer pasarían el uno al lado de la otra sin inmutarse. La Tierra se quedaría despoblada. La atracción sexual habría sido una balsa de aceite si no hubiese sido que Satanás que por mediación de Eva indujo a Adán a pecar insinuándole a comer el fruto del árbol prohibido. La consecuencia de la desobediencia de Adán fue la contaminación de la santidad sexual. De ahí nacen todas las perversiones sexuales que hacen ir de culo a las autoridades sanitarias por el incremento de las enfermedades de transmisión sexual que se detectan y a las autoridades civiles por la proliferación de delitos relacionados con el sexo. Quienes promueven la libertad sexual antes de abrir la boca tendrían que explicar las malas consecuencias que afectan a quienes la practican.
Como hemos dicho antes, el pecado de Adán ha trastornado el sentido que el Creador ha dado al sexo convirtiéndolo en una atracción indiscriminada: “La lámpara del cuerpo es el ojo, así que si tu ojo es bueno, todo tu cuerpo estará lleno de luz, pero si tu ojo es maligno, todo tu cuerpo estará en tinieblas. Así que, si la luz que hay en ti es tinieblas, ¿cuántas no serán las mismas tinieblas?” (Mateo 6: 22, 23). Jesús aporta luz a este texto cuando dice. “Pero yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón” (Mateo 5: 28).
La atracción sexual comienza en el ojo. Si el ojo es bueno, que es la consecuencia de una verdadera conversión a Cristo, no se dejara seducir por la belleza de la mujer del prójimo. La mirada codiciosa se da tanto en el hombre como en la mujer. Pero el ojo bueno, tanto del hombre como de la mujer, impulsa a rechazar la seducción que puede llevar al pecado sexual. La realidad es evidente: Muchas son las personas que tienen el ojo malo por no haberse convertido a Cristo. El proverbio: “El infierno y la destrucción nunca se sacian, y los ojos del hombre” (y los de la mujer) tampoco no están satisfechos” (Proverbios 27: 20). Esta insatisfacción lleva al sexo compulsivo que tanto daño ocasiona: naufragios matrimoniales, perjudica a los hijos, promueve la violencia machista y a la cosificación de la mujer… El ojo malo es el que lleva a los pecadores a decir: “No he hecho nada malo” (Proverbios 20: 20).
“Cualquiera que mira a una mujer” (a un hombre) para codiciarla, ya ha cometido adulterio con ella” (o con él) “en su corazón”. La pornografía juega un papel muy importante en la comisión de adulterio espiritual. Hace naufragar a un buen número de matrimonios a la vez que promueve el machismo que tanta violencia comete contra la mujer. ¡Cuán importante es tener un ojo bueno por la fe en Jesús! Este milagro es necesario que se produzca en personas de todas las edades porque así se considerará “honroso sea en todos el matrimonio, y el lecho sin mancilla” (Hebreos 13: 4a). A quienes no honren el matrimonio y no estén dispuestos a mantener el lecho sin mancilla “Dios los juzgará por fornicarios y adúlteros” (4b).
Dios no es un aguafiestas como como muchos piensan. Pretende que las personas sean felices y concretamente a los matrimonios para preservarlos del naufragio. Aconseja tanto a cristianos como a incrédulos que apliquen el remedio que receta mediante la pluma del apóstol Pablo: “En cuanto a las cosas de que me escribisteis, bueno será al hombre no tocar mujer, pero a causa de las fornicaciones, cada uno tenga su propia mujer, y cada una tenga su propio marido. El marido cumpla con la mujer el deber conyugal, y asimismo la mujer con el marido. La mujer no tiene potestad sobre su propio cuerpo, sino el marido, ni tampoco tiene el marido potestad sobre su propio cuerpo, sino la mujer. No os neguéis el uno al otro, a no ser por algún tiempo, para ocuparos sosegadamente en la oración, y volved a juntaros en uno para que no os tiente Satanás a causa de vuestra incontinencia” (1 Corintios 7: 1-5).
La monogamia hace felices a los conyugues a la vez que es el antídoto contra las enfermedades de transmisión sexual.
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