Cuento partes de mi vida, caídas algo dolorosas que demuestran mi fragilidad, pensamientos y reflexiones sobre mi familia celestial, a la que cada vez se suman más gatos, y se cuidan entre ellos. Y aunque les considere mi familia y lo sean realmente, yo no voy a la Iglesia los domingos, no rezo por las noches desde tiempos inmemoriales, pero sí hablo con Dios, existen, me convencen y pienso que quererles no es para nada: encender velas de múltiples formas, escuchar misas cantadas, ponerse de rodillas, confesarse con el cura. No puede ser eso encontrarse con los protagonistas de esa gran novela que es la historia de La Creación: la venida de Jesús, la salvación. Quererles ya es conocerles, se puede hacer desde casa y sin cruces, no me gustan. Prefiero pinturas con reflejos de la luz del sol, cuadros de Jesús orando o bien del cielo sobre un mar de plata. No, no es que sea yo un ángel, no lo soy.
Me caí, me di un golpe en la cabeza y casi me quedo sin sentido en una calle de Oleiros, pero me recuperé. Se acordaron de mí, estoy en el camino. No en el que me dicen que debo recorrer, pero sí en el que yo deseo pisar. No me tiran al barranco, no arrojan piedras ni lanzan flechas, no separan mi cuerpo de mi alma enviándome la muerte súbita. Estoy en la senda que me lleva a la casa blanca y azul, en lo correcto. Pero, por si cambiaran de opinión, he encargado una cama nueva para la habitación pequeña, para velar a un difunto sin escuchar sus últimas quejas, un nuevo muerto que podría ser yo. Es una habitación limpia y recién pintada de azul, porque limpios queremos que nos vea el Señor, de dentro a fuera y en todas partes.
No cuento las veces que me caí y sigo aquí, tan fácil es morir, pero sigo recorriendo esa hermosa senda llena de pájaros, flores y hormigas de colores… también.
Gracias a mis ángeles guardianes nunca he muerto en una caída por mareo o de bici, gracias a mi hada madrina que se viste de terciopelo verde, gracias a los apóstoles de Jesús, a los santos, a la virgen, porque siempre cuando caía amortiguaban el golpe... con sus eternas sonrisas de ángel en las que se clavaban mis ojos llenos de ilusión.
También choqué el coche varias veces al estar nerviosa, con y sin culpa y aquí estoy, no sé si aún o siempre tendré esa suerte. Uno de los choques fue reciente. Y sin embargo, debido a mis años, mi accidente mayor que duele lo suyo, es la renuncia. Adiós a mi sueño de tener un caballo blanco perlado, jamás podré comprar una casa rodeada de campo, pero disfruto con las travesuras de mis gatos. Adiós al éxito en el trabajo y a todo lo que deba decirle adiós, sin pena ni gloria, con toda mi voz, mi persona, mi talento, mi torpeza y mi voluntad. Dos veces maltratada no deseo ser. Adiós también a los que me desean mal. Yo soy del ojo por ojo. Yo soy del diente por diente. Yo soy una mujer valiente e inocente... puede ser.
Soy una flor del Valle que ve sonreír a un amanecer desde que es bebé hasta que crece y desaparece, paso a paso o de repente, así como puede llegar… la muerte.
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