Un 3 de febrero de 1989 el Paraguay se dio un sacudón que muchos consideraban imposible. La dictadura del general Alfredo Stroessner, que se consideraba a sí misma predestinada para ser perpetua, se desplomó en una noche de plomo.
No mucho tiempo antes, el escritor Augusto Roa Bastos lo había profetizado con precisión matemática en una serie de artículos que se titularon “El Tiranosaurio del Paraguay da sus últimas boqueadas”. Se refería en sus escritos a la larga galería de dictadores inspirados y sufragados por Washington, que habían caído uno tras otro precediendo fatalmente el derrumbe de la única dictadura que seguía en pie.
También en febrero, pero seis décadas antes, el 17 de febrero de 1936, había caído la dictadura del Partido Liberal, expulsada por los coroneles que habían vencido en la guerra del Chaco. El detonante de aquel golpe militar, que llevó al poder al coronel Rafael Franco, había sido la pretensión del presidente Eusebio Ayala de reelegirse de manera inconstitucional.
Pero en febrero, el Paraguay también padeció golpes menos recordados.
Todos los años por estas fechas, los voceros de la Historia colonial y entreguista que padecemos, acostumbran omitir ciertos sucesos de primerísima importancia en el devenir nacional.
Una memorable sesiòn del Directorio del Partido Liberal paraguayo había acaecido el sábado 16 de Febrero de 1940, y en ella un sector de conjurados habría de sacrificar el Parlamento y la Constitución Nacional para entregar la república maniatada a sus verdugos.
Debemos reconocer, sin embargo, que aquel día gris salvaron la dignidad del liberalismo paraguayo con su vibrante oposición: Juan Francisco Recalde, Jerónimo Riart, Orué Saguier y Francisco Sapena Pastor.
Todos ellos sufren hoy el polvo del olvido y sus nombres, como el de tantos otros próceres civiles de la repùblica, poco dicen a sus correligionarios de hoy, quienes sin embargo se deshacen glorificando las veces que tienen oportunidad al dictador Estigarribia y a su camarilla de filo-fascistas en la que destellan con brillo propio nombres como Justo Pastor Benítez, Pablo Max Insfràn o Efraim Cardozo.
Hasta ese punto confirman quienes hoy tienen la representación del Partido Liberal imitan a sus adversarios en la costumbre de ensalzar zalameramente a los más nefastos tiranuelos.
Aquel triste febrero de 1940 se produjo, pues, lo inexplicable: dirigentes "liberales" autorizando por doce votos contra cuatro la disolución del Congreso.
Habían faltado a la sesión diez miembros del Directorio, con los que habría sido imposible inaugurar un régimen totalitario en Paraguay aquel 18 de febrero de 1940, y dar a conocer el hecho al pueblo el día 19.
Los cuatro schaeristas se habían mantenido neutrales, en tanto se hallaban decididos por defender las formalidades democráticas B. Rivarola, L. Riart, Burgos, Jerónimo Riart, Orué Saguier, Dávalos, Sapena Pastor, Gavilán, Artaza, Prieto, C. Centurión, Saguier Aceval y Juan Francisco Recalde. El total de los que podían asistir y votar eran 26, pero una maniobra apoyada en el dictador consiguió desarmar el Directorio Liberal.
Al Paraguay le costarían cinco décadas recuperarse del episodio.
Aquel febrero, aunque no se produjo un "golpe militar" típico, se consumó una horrenda, atroz y necia forma de asalto. Paralelamente, quienes intentan borrarlo de la memoria perpetran un robo igual de grave.
La historiografía paraguaya debería cuando menos, dejar de omitir aquellos hechos, para que nunca más vuelva a repetirse una miseria semejante.
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