¿Cuál es la función del arte sacro? Según Joan Planelles, arzobispo de Tarragona: “Los retablos medievales estaban pensados para ilustrar la vida de Jesús en una población que no sabía leer ni escribir. …La función principal del arte es hacer pensar… El arte nos hace pensar, y nos lleva más allá de las formas estéticas, nos lleva a mirar con los ojos interiores… Y así es. El arte cristiano nos eleva el corazón y nos transporta hasta llegar a lo que no se ve, es decir, a aquello trascendente, el misterio que nos ocupa. El arte cristiano se inspira en la Biblia, de la Sagrada Escritura y de la historia del pueblo de Dios…Por este motivo, se precisa conservar y mantener el legado artístico porque nos hace pensar, y esto es lo que nos hace humanos. De ahí la relevancia de Catalonia sacra, que tiene el objetico de conservar el arte sacro en Cataluña.
El apóstol Pablo refiriéndose a la creación que es la obra maestra de Dios, escribe: “Porque las cosas invisibles de Dios, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa” (Romanos 1. 19, 20). La creación se puede considerar el museo en donde Dios expone su obra maestra. Cada día sin que se tenga que pagar entrada hombres y mujeres visitan la exposición con el resultado de “habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido. Presumiendo ser sabios, se hicieron necios” (vv. 21, 22). La obra creadora de Dios que es de extrema belleza la realizó con el solo sonido de su palabra, “y dijo Dios” no sirve para hacer desaparecer la estupidez humana, ¿cómo puede el arte humano que se desmenuza con el paso del tiempo y que requiere periódicas restauraciones para conservarlo nos va llevar “a lo que no se ve, es decir, aquello trascendente, al misterio que nos ocupa?”
“Dios habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días no ha hablado por el Hijo” (Hebreos 1: 1, 2). Una de las maneras que utiliza Dios para hablar al hombre a través de los siglos ha sido por medio de la creación que revela la omnipotencia de Dios y que pone de manifiesto la necedad del hombre que ante la evidencia, debido a su tozudez, persiste en negarla. Le habla por medio de la palabra el misterio de la salvación. Antes del pecado de Adán Dios hablaba directamente con el hombre. Después de la Caída lo hizo por medio de los profetas y, llegado el cumplimiento del tiempo lo hizo por medio de Jesús su Hijo. Después de la ascensión de Jesús al cielo el Señor continuó hablando por medio de los apóstoles. Después de éstos sigue hablando por medio de los escritos proféticos y apostólicos inspirados por el Espíritu Santo.
El arte sacro puede servir para impartir cultura cristiana pero no puede hacer que los seres humanos que por nacimiento natural lo hacen siendo hijos del diablo se conviertan en hijos de Dios. Esta transformación sólo es posible si los incrédulos creen que Jesús es el Salvador porque “en ninguno otro hay salvación, porque no hay otro Nombre bajo el cielo dado a los hombres, en que podamos salvarnos” (Hechos 4: 12). El arte sacro no cumple el objetivo de anunciar que los hombres son pecadores y que necesitan creer en Jesús. Como explica el apóstol Pablo: “Porque todo aquel que invoque el Nombre del Señor, será salvo. ¿Cómo, pues invocarán a Aquel en el cual no han creído?¿Y cómo creerán en Aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique? ¿Y cómo predicarán si no son enviados? Como está escrito: ¡Cuán hermosos son los pies de los que anuncian la paz, de los que proclaman las buenas nuevas!” (Romanos 10: 13-15).
¿Cómo vamos a salir del callejón sin salida que es la grave crisis social, económica ecológica, política… en que nos encontramos? El cristianismo cultural, el de feria, que desgraciadamente es el dominante, no sirve para provocar el nuevo nacimiento necesario para enderezar a esta humanidad que se hunde en las arenas movedizas del pecado. Poco antes de ascender Jesús al cielo a la iglesia incipiente y después de ella a los verdaderos cristianos de todas las épocas, este encargo: “Toda potestad me es dada en el cielo y en la Tierra. Por tanto, id, y haced discípulos en todas las naciones, bautizándolos en el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, enviándoles que guarden todas las cosas que os he mandado, y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo. Amén” (Mateo 28: 18-20). Jesús no enseña a sus discípulos que vayan a todas las naciones anunciando que el arte cristiano “nos eleva el corazón y nos transporta hasta llegar a lo que no se ve, a aquello trascendente, al misterio que nos ocupa” como enseña Joan Planelles, arzobispo de Tarragona.
El profeta Isaías nos enseña cómo seleccionar a los obreros que se envían a trabajar en la viña del Señor. El profeta tiene una visión del Señor “sentado sobre un trono alto, y sus faldas llenaban el templo”. La visión le hace ver su condición de pecador y el perdón de sus pecados. Una vez purificado escucha la voz del Señor que le dice: “¿A quién enviaré, y quién irá por nosotros? Entonces respondí yo: Heme aquí envíame a mí”. El Señor le dijo. “Anda, y di a este pueblo. Oíd bien, y no entendáis, ved por cierto, pero no comprendáis. Engruesa el corazón de este pueblo, y agrava sus oídos, y ciega sus ojos, para que no vean con sus ojos, ni oiga con sus oídos, ni su corazón entienda, ni se convierta, y haya para él sanidad” (Isaías 6: 1-9).
La predicación del Evangelio que hacen los obreros que el Señor envía a laborar en su viña no siempre resulta en conversiones, pero es una muestra de la fidelidad de los obreros que han dicho al Señor de la mies: “Envíame a mí”.
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