Vieja balada esta de la mentira. Cuando se desliza por el camino del desenfreno, puede convertirse en una falsedad cotidiana en verdad pública y protegida. Entonces, todo se convierte en gallinero y falacia, donde: si él miente, yo miento más, nosotros mentimos, luego todos mienten: si ellos calumnian, yo calumnio. Y tiramos porque nos toca. Con lo que la vida política se está convirtiendo en trapicheos de casa de vecinos en los tiempos de Lope Vega, aunque falte aquella gracia expansiva luminosa, del Príncipe de los Ingenios.
Como si no fuera bastante, está la lucha permanente por la subsistencia política, pero el riesgo está, en que tan sofocante desvarío, retrocede a tiempos pasados, poco deseables para quienes amamos y defendemos la democracia. Entonces, el riesgo aumenta ya que las mentiras tienden a convertirse en medias verdades y lo incorrecto en verdades por decreto, en influencias indeseables para una avariciosa minoría.
Pongamos entonces, enfrente de alboroto, al mito real, para que la mentira no se consolide con todos los derechos torcidos a ocupar un lugar que no le corresponde. El mito no es algo como una mayoría cree. Los mitos ofrecen humanidad por estar fuera de la irrealidad cochambrosa de la mentira, con la que nos tenemos que enfrentar y defender todos los días. Por eso, también fábulas y refranes se suman a la protesta porque “Lo que no dan los campos, no lo dan los santos”, alimento de un pueblo que se alimenta de su memoria, un escudo con el que defenderse ante tanto empañar la palabra, la frase. Esta prostitución establecida da paso a la malversación en que se ve sometida la sociedad en su lucha por la subsistencia.
Debemos acudir a mitos, fábulas y refranes, ondearlos para podernos defender y aclarar, al mismo tiempo desnudarlos y espantar o al menos frenar al horrible cacareo que soportamos. Estremece pensar que el ejercicio de la mentira puede convertir el mito con obispos atracadores, fantasmas esotéricos de la mediocridad, como esas tertulias de determinadas emisoras de radio, pregoneras de falsas verdades celestiales. La hormigonera de la corrupción, las cochambres conmemorativas, estandartes de la cultura garbancera de escaparate.
Necesario entonces airear el libro Diccionario de Mitos de Carlos García Gual donde nos cuenta, los refranes de La filosofía de lo vulgar del sevillano Juan de Mal Lara, pues, unos y otros son ejemplos de larga trapisonda, que viene en su mayoría de la fuente popular, desde muy lejanos tiempos y son fruto de la imaginación colectiva, porque narran algo así como cuentos y pensamientos que fueron naciendo, consagrándose en el tiempo y el hombre los ha ido transmitiendo por medio de la palabra, la tradición literaria heredada de una en otra generación, relatos a los que rendir culto y admiración, cuando, no es temor. Porque como dice García Gual: “El mito es siempre un relato, que a veces lleva un título; el nombre propio del héroe o un dios que lo protagonizan, o acaso es el narrador”.
Pues dónde entonces el intento de cacarear de este gallinero desmadrado, si comparamos la mentira con el mito, la frase prefabricada con el refrán acertado, por eso la mejor arma para combatirlo, porque si nos limitamos a volverles la espalda pueden gallearse más con su alboroto en el mentidero de la política y aplicar que no les pertenecen.
Y este “Diccionario de Mitos” de García Gual, lo empieza con Adán y termina con Zeus, sin olvidar a Fausto, Carmen o el mago Merlín “llenos están todos los caminos, todas las asambleas de los hombres, lleno están el mar y los puertos” Pero también ofrece mitos modernos tan emblemáticos como el de Carmen, pasión de amor tan trágica como embriagadora de esa geografía donde tanto cacarea el gallinero mayor de España con insultos y mentiras. Por eso debemos defendernos, protegernos de esa calaña, porque nuestra “cigarrera, gitana, ladrona, seductora, víctima, Carmen, tiene asegurado un lugar en la mitología moderna, porque Carmen es “un grito de querer vivir en libertad”.
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