Esta novela que ahora cumple 25 años ha sido muy leída y llevada con éxito al cine (con Steven Spielberg como productor y Rob Marshall como director, 2006), y muestra los recuerdos de una mujer de vida cortesana en la ciudad de Kioto de entreguerras (me hace pensar en una hetera de la Antigua Grecia, Aspasia de Mileto, que llegó a ser esposa de Pericles y confidente de Sócrates).
Así, la sensualidad y la belleza se dan la mano en la vida de Chiyo, una de las geishas más famosas del Japón moderno donde las tradiciones ancestrales conviven ya con las costumbres de la modernidad; ella va subiendo en la lucha por la vida: “sólo una parte de mí vivía en Gion; la otra vivía en los sueños de volver a casa. Por eso los sueños son tan peligrosos: abrasan como el fuego y a veces nos consumen completamente”.
Nacida en un pueblo a las orillas del Mar Japón, es vendida a una okiya (una casa para las geishas). Su breve encuentro con el “señor Presidente” cambia su suerte y su nombre: Sayuri se llamará desde entonces. Pero en la Guerra, su vida pasa de lujos a duro trabajo físico. Como amante de un hombre de negocios, ella tiene que establecerse lejos y monta una casa de té para empresarios japoneses en Nueva York. Es una mujer sola ante las dificultades: “el pasado había desaparecido... ya no tenía frente a mí el pasado, sino el futuro...”
Como la historia del patito feo, ella se sobrepone a las contrariedades: “en este momento comprendí algo que había pasado por alto: el objetivo no era llegar a una geisha, sino ser geisha”, identificarse con el papel: “quienes tenemos mucha agua en nuestras personalidades no escogemos hacia donde corremos. Lo único que podemos hacer es fluir hacia donde nos lleva el paisaje de nuestras vidas”.
Sufre una transformación, como el capullo que se transforma en mariposa, ella se mira y se encuentra irreconocible antes las personas que antes conocía. “La adversidad… se lleva de nosotros todo salvo aquello que no se puede arrancar, de modo que cuando ha pasado nos vemos cómo realmente somos, y no cómo nos habría gustado ser”; supera el “peligro de centrarse sólo en lo que no está” y solo mirando atrás puede hablar de ello: “nadie es capaz de hablar honestamente de sus sufrimientos hasta que ha dejado de sentirlos. A veces pienso que las cosas que recuerdo son más reales que las que veo”, pues esas personas y cosas “no se habían marchado realmente, sino que habían seguido viviendo dentro de mí…” la memoria “contenía todo lo que yo había amado en mi vida… no se decirte qué es lo que nos guía en esta vida, pero yo caí hacia el Presidente como caen las piedras en el suelo”, así se hizo la amante de ese personaje importante. “Nuestro mundo no es nunca más permanente que una ola que se eleva sobre el océano. Cualesquiera que sean nuestras luchas y nuestras victorias, como quieran que las padezcamos, enseguida desaparecen en la corriente, como la tinta acuosa sobre el papel”.
(El autor rompe un código de silencio al publicar la vida real de una geisha, y como el nombre de una de ellas, Iwasaki, apareció impreso en el libro, ella comenzó a sufrir amenazas por deshonrar su profesión, y en 2003, Iwasaki y Golden alcanzaron un acuerdo económico. Se molestaron también los chinos, quienes tienen una cultura parecida, mujeres refinadas y cultas cuya misión no era la prostitución sino entretener a sus huéspedes con su talento en la música, los juegos de tablero, la caligrafía, la pinturas y otras artes.)
Autor del texto: Llucià Pou Sabaté, doctor en teología y humanidades
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