En mi modesta opinión ambas definiciones están bastante relacionadas. Se habla de zona de confort como la permanencia en un estado psicológico en la que la persona se siente segura. La calidad de vida se evalúa basándose en diversos estados personales que podemos sintetizar como bienestar físico, material, social o emocional. En una palabra se está en zona de confort cuando se cuenta con calidad de vida.
Parece ser que el futuro (feliz) de la humanidad está vinculado a la consecución de estos estados en cada uno de sus componentes. Algo así como lo que propugnaba Huxley en su obra “un mundo feliz”. Una especie de “soma” para todos. Y adelante con los faroles. Estoy cansado de que me argumenten estos conceptos apenas se presenta algún escollo o dificultad en la vida. Se recurre a la renuncia al esfuerzo, basándose en evitar la salida de la zona de confort y dejarse llevar por la abulia y una engañosa placidez. Se argumenta la calidad de vida para huir de la tentación de compartir los bienes propios con aquellos que no los poseen y que nunca alcanzarán a tenerlos sin nuestra ayuda. Mi buena noticia de hoy me la transmiten ese montón de voluntarios que dejan parte de su vida en el servicio de los demás. Esas personas que abandonan su zona de confort para dedicarse a la labor de Caritas o de servicio a sus hermanos en las diversas parroquias de nuestro país. Esos catequistas que echan la tarde intentando transmitir los valores evangélicos a niños y adultos que no los reciben en sus propias familias. Mi buena noticia de hoy me la transmite ese sacristán algecireño, Diego Valencia, que días atrás fue asesinado mientras trocaba su calidad de vida por el servicio a los demás. Uno de tantos fieles que, desde el silencio, hacen más llevadera la vida de aquellos más necesitados. Diego se ha ganado a pulso su zona de confort en la otra vida. La que tienen los Bienaventurados.
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