En el anterior artículo de opinión que elaboré, titulado Legitimando las desigualdades (I), emití una serie de reflexiones entorno a las desigualdades. Como bien expuse, el artículo de opinión se basaba en un debate que tuve hace unos meses con Rosenthal sobre la temática mencionada. En este segundo artículo, pretendo continuar desarrollándola.
Rosenthal apela a la solidaridad para avanzar hacia una sociedad mejor en su conjunto, remitiendo a la vez que existe una desigualdad previa. Según ella, las desigualdades deberían reducirse, y por lo tanto, son en sí mismas negativas o incluso las podría calificar como injustas. De esta premisa se justifica, bajo su punto de vista, la intervención de la administración pública, justamente para perseguir el fin indicado. A partir de este posicionamiento, expongo a continuación una serie de argumentaciones favorables a las desigualdades.
Las desigualdades son positivas o pueden ser legitimadas fundamentalmente por siete razones -de las cuales en este artículo de opinión únicamente se desarrollarán las tres primeras, ya que las otras formarán parte del contenido del tercer artículo-. En la exposición de las mismas se introducirán las críticas de Rosenthal, así como las refutaciones correspondientes a estas críticas.
En primer lugar, saber que las desigualdades existen, y que por lo tanto, no todas las personas están ni estarán en la misma posición social es uno de los motores inconscientes del progreso. No digo que sea el único, pero no se puede ignorar que el interés por poder detectar caminos de mejora con respecto a la situación anterior incentiva a que muchas personas opten por esta evolución personal, profesional, relacional, etc. En definitiva, tener alicientes permite estar interesado en conseguir metas de forma permanente y escalar posiciones sociales -para ser justos, tampoco se incluyen todas las personas en esta conclusión-. Y es que, de modo contrario, la falta de alicientes provoca en muchos individuos el estancamiento, la ausencia de esfuerzo y el no proponerse retos que alimenten positivamente a su autorealización.
En segundo lugar, la desigualdad contribuye a la cooperación. Por ejemplo, si la persona “A” tiene desarrollada en gran proporción la habilidad de fijarse en la comunicación no verbal, la persona “B” puede estar interesada en que “A” le enseñe a potenciarla. Hay que recordar que en general las personas tienen capacidades, y el desarrollo de éstas permite convertirlas en habilidades. No obstante, no todas las personas parten con el mismo grado en cada capacidad. Por ejemplo, Cristiano Ronaldo es un jugador de fútbol extraordinario porque entrena permanentemente -no únicamente existe esta razón para justificar la conclusión mencionada-, pero no significa que sea el mejor porque es el que más entrena. En este sentido, las desigualdades siempre existen, y querer desenvolverse en determinadas habilidades puede contribuir a una ayuda mutua entre dos personas, por ejemplo a través del banco de tiempo. Lograr la plena erradicación de las desigualdades o su reducción de forma considerable impide muchas colaboraciones voluntarias y destinadas a un buen fin recíproco.
En tercer lugar, intentar igualar todas las desigualdades mediante el aparato estatal sería agotador, obsesivo, muy difícilmente calculable e imposible. La desigualdad es un fenómeno inherente a la naturaleza humana, ya que su alta complejidad evoca a contemplar múltiples factores implicados. Se suele apelar a la desigualdad de renta o de riqueza, y de hecho una de las políticas típicas de los sectores progresistas, y en general de los colectivistas, es intentar igualar la riqueza de las personas mediante el aparato estatal. No obstante, son muchas otras desigualdades las que operan, y por lo tanto, las que impactan en el terreno económico. En consecuencia, a pesar de intentar reducirlas al máximo mediante la redistribución de la renta y/o de la riqueza, éstas continuarán desarrollándose.
Por ejemplo, se podría intentar reducir la desigualdad de base en conocimientos generales, ya que habrá padres que puedan enseñarles a sus hijos diariamente una hora de cultura general porque estén muy interesados en que se desarrollen en este ámbito. ¿Se deberían ofrecer cursos de cultura general vía administración pública a aquellos niños que no reciben este tipo de conocimientos de sus padres para paliar esta desigualdad prácticamente inicial? Y en el caso que esto se aceptara, ¿Si al finalizar los cursos se pudiera objetivar que los niños participantes en el mismo han logrado un nivel de conocimiento superior, se debería ofrecer un curso más reducido como compensación a aquellos niños que eran instruídos por sus padres? Podría parecer razonable que sí, si extendemos la argumentación hacia el absurdo.
En referencia a parte de este argumento, Rosenthal acepta que hay desigualdades sobre las cuales no se puede intervenir directamente. En cualquier caso, sí que considera que se deba hacer de forma indirecta. En este sentido, cree que la redistribución de la riqueza puede ser el medio que permita reducir otras desigualdades sociales. De este modo, esos medios económicos pueden destinarse a los fines mencionados.
Una manera fundamental para desarrollar habilidades es la formación, incluyendo información y práctica -podrían analizarse otras, pero probablemente ésta sea la más relevante-. Actualmente, Internet permite informarse y aprender a un coste muy reducido, o incluso gratuitamente -hay muchos espacios a través de los cuales se puede lograr conexión gratis a Internet-.
A pesar de esto, se podría formular una contracrítica: no todos los individuos tienen los conocimientos suficientes para navegar por Internet. No obstante, en las redes sociales -no virtuales- o informales siempre puede haber alguna/s persona/s que ofrezca/n el soporte necesario para el aprendizaje de las herramientas básicas. Cabe destacar, que la probabilidad de que haya un sujeto que pueda proporcionar esta ayuda aumenta en la medida en que pasa el tiempo, ya que la presencia de Internet incrementa continuamente en las vidas humanas. Por lo tanto, se trata de voluntad, interés, práctica, confianza y autoestima. En definitiva, esta opción permite desarrollar habilidades sin la necesidad de coaccionar a otras personas para que a través de sus medios económicos se den facilidades.
Por último, no siempre es necesario potenciar las capacidades poco desarrolladas. En ocasiones, se puede lograr el éxito simplemente aprovechando las que una persona ya tiene entrenadas y son virtuosas. Por ejemplo, un individuo que sea ordenado puede potenciar esta calidad estructurando o colocando los productos en las estanterías de un supermercado. Y así, puede ganarse la vida, dicho informalmente.
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