Desde el campo de la biología se define la vida como la capacidad de nacer, respirar, desarrollarse, procrear, evolucionar y morir. Cuando se ve desde fuera podemos considerarlo como un espectáculo impresionante. Pero cuando participas de alguna forma de su nacimiento, el hecho se convierte en una vivencia maravillosa e inimitable. A lo largo de nuestra existencia asistimos con escasa atención a la eclosión de nuevas vidas que se produce a nuestro alrededor. Como si se tratara de un hecho rutinario. Pero cuando sucede en nuestra familia, cuando te consideras protagonista de alguna forma de este hecho, todo adquiere unas dimensiones extraordinarias y te sientes totalmente feliz. A lo largo de mi larga vida he podido contemplar como la institución familiar ha ido pasando por diversos estadios que han modificado su estructura con una velocidad asombrosa y de una forma notable. Creo que las causas principales se han basado, como no, en la economía. De una familia tradicional, con muchos hijos, con diversas extensiones laterales, primos, sobrinos, cuñados, ahijados, etc., que contaba con cada uno de sus miembros como un agente de producción, se pasó a la familia nuclear, más urbanita, de un par de hijos como máximo y desarraigada del terruño y del resto de la familia. A lo largo de la última parte del siglo pasado se fueron sustituyendo estos hijos por cosas, vehículos, vacaciones, segunda vivienda, mascotas, etc. Finalmente hemos desembocado en una nueva tipología familiar basada, como no, en el “ande yo caliente y ríase la gente”. Como decía el torero “primero yo, después yo y “aluego” nadie”. Es decir: egoísmo puro y duro. Familias abiertas, monoparentales, mezcla de hijos de varios matrimonios, personas que adoptan muñecos, otros se casan con maquetas de trapo, matrimonios de usar y tirar, a prueba, a 30-60 y 90 días, etc. Todo ese batiburrillo que, normalmente, hace sufrir a alguno o a todos sus componentes. Sí. Ya lo sé. Continúan existiendo muchas familias tradicionales. Pero se han convertido en una “rara avis”. Te miran con asombro, e inmediatamente te preguntan si perteneces a alguna “secta” o si “no tienes televisor”. Posiblemente se trata de personas que no han podido disfrutar de la institución familiar en la que todos se sienten unidos, convertidos en un árbol frondoso en el que todas las ramas tienen su significado y su utilidad. Comprendo que los tiempos han cambiado. Que las circunstancias limitan los tiempos de atención familiares. Pero todo tiene su punto de sacrificio. El que algo quiere, algo le cuesta. Posiblemente hay que renunciar a algunas comodidades, muchos caprichos y a una vida regalada basada en un punto de egoísmo. Cuando pasan los años descubres que tu esfuerzo no ha sido inútil. Y entiendes mucho mejor aquello de “por sus frutos los conoceréis”. Mi buena noticia de hoy es muy simple. A una familia bastante grande (la mía propia) ha llegado un miembro más. Marina, una robusta niña de cuatro kilos ha nacido esta semana pasada. Una niña de la que ya hemos disfrutado su bisabuela, sus abuelos, sus padres y un montón de tíos y primos. Cuarenta en total. En esta situación no existe la rutina. Cada niño que nace es un ser único e irrepetible que será alguien especial para cuantos le rodean. El milagro de la vida se ha renovado una vez más. Bienvenida eres Marina.
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