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¿Un gobierno de laboratorio?

Si de este laboratorio no sale un gobierno fuerte y estable, como parece, ¿qué hacer?
Wifredo Espina
sábado, 2 de abril de 2016, 12:01 h (CET)
Parece muy difícil que se pacte un gobierno. Y si se pacta sin la colaboración del partido más votado, será un gobierno débil e inestable. Una olla de grillos, muy difícil de entenderse e imposible de gobernar.

Será un gobierno de laboratorio. Compuesto de varios ingredientes, algunos de los cuales se repelen, hasta llegar a ser explosivos. Un gobierno que, pretendiendo integrar distintas realidades, estará de espaldas a la realidad.

En su interior, como ya hemos visto en otras ocasiones, resultará ingobernable. No sera un equipo, sino varios grupos unidos con pegamento de bazar chino. Solo por la ambición de ostentar el poder. De satisfacer ansias personales o partidistas.

Pero esto no es gobernar. Por tanto, de cara al exterior, es decir, de llevar a cabo una gestión gubernamental adecuada al difícil momento político, económico y social, y de proceder a unos cambios que todo el mundo proclama como necesarios, ese hipotético gobierno de probeta, no servirá.

Mientras, se va perdiendo el tiempo y gastando energías en vano. De las urnas -los ciudadanos también pueden equivocarse- los votos salieron demasiado fragmentados. Había euforia por el fin de las mayorías absolutas, pero la disgregación excesiva tampoco es buena.

Si de este laboratorio no sale un gobierno fuerte y estable, como parece, ¿qué hacer?

Las distintas ideologías y los diferentes -incluso contradictorios- intereses no pueden dar un resultado viable y duradero. En este contencioso -tan crispado y erizado de egoísmos- , resulta, además, que los líderes y los partidos que debieran resolverlo, son, a la vez, juez y parte interesada. Y así no hay manera de resolver el conflicto. Excepto que en el último momento las dos fuerzas más votadas -PP y PSOE- , en un ataque de vértigo ante las nuevas urnas, decidieran colaborar para no ir de mal a peor.

En otro caso, habrá que abandonar las inacabables pruebas de laboratorio, y acudir forzosamente al arbitraje más imparcial: a que la ciudadanía dicte su veredicto en unas nuevas elecciones. El árbitro, el pueblo.

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