Los que somos mayores hemos asistido con agrado a la evolución que ha experimentado la sanidad pública a lo largo de los años. De aquellos vetustos hospitales de habitaciones corridas y casas de socorro con escasos medios, hemos pasado a auténticas ciudades hospitalarias y espaciosos centros de salud.
Las dolamas propias de la edad y la mejora en la medicina preventiva nos llevan a vivir actos clínicos con más frecuencia de lo que nos gustaría. Queramos o no, la media docena de visitas anuales no nos las quita nadie. Y eso, encontrándonos bien de salud. Y ahí surgen los problemas. Los médicos de atención primaria no dan abasto. Acabo de leer un informe en el que se nos dice que cada médico de cabecera del centro de salud al que pertenezco, tiene que atender a más de 2000 usuarios. Ahora comprendo la dificultad que tenemos para concertar una cita. Por otra parte, las consultas externas están masificadas. Ayer, sin ir más lejos, tenía una consulta periódica en oftalmología del Clínico. Dos horas de estancia en aquel entorno me dieron oportunidad para redactar un ensayo sobre la masificación. Una pequeña sala de espera de unos ochenta metros cuadrados atiborrada de pacientes, casi todos mayores y con fuertes problemas de visión se hacinaban en unos escasos bancos, lo que les hacía permanecer en pie a más de la mitad. El proceso de diagnóstico y tratamiento es largo. Tiene que pasar por varias consultas para las diversas pruebas. Dilatación de pupila, campimetría, biometría, etc. Un par de horas cuando menos. Las historias personales se van transmitiendo boca a boca, conatos de rebelión por la espera, dificultades idiomáticas de los pacientes, acompañantes indignados. Todo un mundo de actitudes: resignación, preocupación, dolor, paciencia, indignación, impotencia… Todo este proceso se transforma cuando cruzas la puerta milagrosa. Se produce una atención esmerada, agradable y convincente por parte del personal que nos atiende. Ahí está la buena noticia de hoy. El personal que te recibe, médicos, enfermeros, administrativos y celadores es excelente. Cuando penetras en esa especie de oasis, (después de escuchar tu nombre y apellidos a todo trapo por la megafonía), aquel pandemonio del exterior se convierte en un remanso de paz en el que se te atiende con eficacia, cercanía y afecto. Una maravilla. En lo referente al personal creo que gozamos de una sanidad pública excelente. En lo tocante a las instalaciones deja mucho que desear. Los médicos dicen lo mismo. Falta un poco de sentido común y de firmeza en los gestores. Se preocupan más de la apariencia que de la eficacia. Ejemplo: para una operación de cataratas te hacen el diagnóstico en el clínico, el preoperatorio en ¡Cártama!, la intervención en Torremolinos y el seguimiento otra vez en el Clínico. No parece muy bien pensado. En fin. Historias cotidianas nacidas de las salas de espera. Aunque no nos podemos quejar demasiado. Una vez ante el galeno, nos encontramos con un excelente profesional. Una buena noticia.
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