Son las palabras que aprendimos cuando pequeños que la serpiente le dijo a Eva en el Paraíso. Ésta, en su enajenación, la creyó y comió la fruta, desobedeció el mandato divino, perdió el Edén y nos lo hizo perder a todos los humanos sus descendientes, cometiendo el pecado original del que todas las personas somos reos. Esto ¿es una fábula, un mito, un cuento para niños pequeños, o para seres adultos? Creo que nada de eso. Uno de los propósitos de este libro es hacer llegar a unos incultos pastores que constituían el pueblo de Israel, el concepto, la idea, de que ha habido un Ser creador que ha “elaborado” a un ser humano, del que descendemos todos, destinado a una felicidad eterna e incomparable, con la sola condición para alcanzarla de un mandato nimio, no comer de la fruta de un determinado árbol, pero que la vulnera porque quiere ser semejante a Dios. Tengamos en cuenta que el primer texto escrito del que, hasta ahora tenemos noticia, es la Epopeya de Gilgamesh, confeccionada allá entre el 2500 y el 2000. a. C., y que el Génesis fue escrito entre 1491 y 1450. Son tiempos nebulosos de la historia en los que el ser humano está balbuciendo sus primeros vagidos de lo que dejará constancia por escrito, por lo que las enseñanzas que se han de transmitir al pueblo han de ser de tal manera simples y sencillas que todos y cada uno las puedan comprender. Según el Génesis el hecho ocurrió de la forma siguiente: Eva paseaba por el paraíso, cuando la serpiente le preguntó que por qué no comía de la fruta de determinado árbol. Al responderle que Dios se lo había prohibido porque el día que lo hiciere estaría sujeta a la muerte, la serpiente le dijo: No moriréis; sino que sabe Dios que el día que comáis de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, conociendo el bien y el mal. Y vio la mujer que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos, y árbol codiciable para alcanzar la sabiduría; y tomó de su fruto, y comió; y dio también a su marido, el cual comió así como ella. La primera transgresión humana, no es por inclinación sexual, como tantas veces se nos ha hecho creer, sino por un deseo muy propio del hombre, ya que todos los seres pensantes, es decir, los humanos, al haber sido creados de barro con un soplo divino que nos insufló la vida, tendemos a ser como dioses, puesto que parte nuestra, el aliento divino, el alma, procede de la Divinidad, y tendemos a fundirnos con ella, a ser como dioses. Este es el verdadero pecado de la humanidad, creer que en algún momento el hombre llegará a ser Dios y logrará la inmortalidad. En resumidas cuentas, la soberbia. El querer legar a ser dioses. Eróstrato, en su deseo de ser inmortal, y que su nombre perdurara por los siglos, prendió fuego al templo de Artemisa en Éfeso, una de las siete maravillas de la antigüedad. Su nombre fue proscrito durante las generaciones futuras, pero, al final consiguió la “inmortalidad”, porque hoy, al cabo de veintisiete siglos, se conoce y retiene su nombre, sabiendo el horrendo crimen que llevó a cabo. En estos tiempos se ha perpetrado la muerte de Dios que, aunque a Éste no se le pueda matar por definición, sí se ha llevado a cabo su proscripción de la sociedad y de la vida de los humanos. Nietzsche dijo: “Dios ha muerto”. No que hubiese fallecido como cualquier ser humano, porque no lo es, sino que la idea de Dios no es capaz de actuar como fuente de código moral o teleológico. Estoy totalmente de acuerdo con esa aseveración, hemos eliminado a Dios de nuestras vidas, creando un enorme vacío que sólo Él puede llenar. Fromm en su escrito Y seréis como dioses, aborda el vacío provocado por la muerte de Dios (yo digo no muerto, sino excluido de nuestras vidas) en la sociedad contemporánea. En su sustitución propone nuevas fórmulas para asistir al renacimiento de un nuevo humanismo. Si hemos eliminado a Dios de nuestras vidas, si nos hemos llegado a creer que no lo necesitamos, ¿A dónde se dirigirá esa chispa de fuego divino que llamamos alma y que no descansará hasta volver al origen del fuego eterno, la divinidad, de la que salió? ¿Cómo llenaremos el vacío dejado por la muerte (?) de Dios. Algo deberá de colmatar esa oquedad. ¿Acaso con el ideal del hombre superior, el superhombre (Übermensch), que preconizaba Nietzsche, con unos valores ya establecidos, cuya consecuencia es la una nueva valoración cultural de Occidente. El Novus ordo seclorum que propugnaban e intentan conseguir los masones y del que hoy se les llena la boca a políticos, magnates de las finanzas, conductores de marionetas, el pueblo, que borreguilmente y pleno de papanatismo, obedece las consignas que les imponen a través de todos los medios de comunicación que obnubilan y anulan su libertad? Triste destino el de esta Humanidad. Un sacerdote periodista con muy buena pluma y mejor acierto (Antonio Gil Moreno) ha escrito: “…aún más difícil en un mundo que “expulsa” a Dios de sus “entrañas”. Como dice Mario Vargas Llosa, en su libro “La civilización del espectáculo”: “La muerte de Dios, no significó el advenimiento del paraíso a la tierra sino más bien el infierno. El mundo, “liberado de Dios”, poco a poco fue siendo dominado por el diablo, el espíritu del mal, la crueldad, la destrucción, lo que alcanzará su paradigma con las carnicerías de las conflagraciones mundiales, los hornos crematorios nazis y el Gulag soviético. Con este cataclismo acabó la cultura y comenzó la era de la pos-cultura”. Es muy benévolo este periodista, yo no llamo pos – cultura, sino la vuelta a un nihilismo, trasnochado, pero hoy puesto en valor, aunque los que lo impulsan sean desconocedores de él, en el que se respalda la negación de toda creencia y todo principio moral, religioso, político o social. En la jerga juvenil, esto se llama “pasotismo”, es decir, la indiferencia ante las cuestiones que importan o se debaten en la vida social: el honor, la responsabilidad, el esfuerzo, el deseo de superación y tantos otros valores que han constituido las columnas que han sustentado el edificio de la cultura occidental durante milenios. Volvamos al inicio, el PECADO ORIGINAL Benedicto XVI, gran teólogo, donde los haya, mente privilegiada, al mismo tiempo que humanista sobresaliente, en la Audiencia General que tuvo lugar el 3-12-2008, en la que expuso su pensamiento sobre el pecado original, dijo: “Pero, como hombres de hoy, debemos preguntarnos: ¿Qué es el pecado original? ¿Qué enseña san Pablo? ¿Qué enseña la Iglesia? ¿Es sostenible también hoy esta doctrina? Muchos piensan que, a la luz de la historia de la evolución, no habría ya lugar para la doctrina de un primer pecado, que después se difundiría en toda la historia de la humanidad. Y, en consecuencia, también la cuestión de la Redención y del Redentor perdería su fundamento. Por tanto: ¿existe el pecado original o no? Para poder responder debemos distinguir dos aspectos de la doctrina sobre el pecado original. Existe un aspecto empírico, es decir, una realidad concreta, visible —yo diría, tangible— para todos; y un aspecto misterioso, que concierne al fundamento ontológico de este hecho. El dato empírico es que existe una contradicción en nuestro ser. Por una parte, todo hombre sabe que debe hacer el bien e íntimamente también lo quiere hacer. Pero, al mismo tiempo, siente otro impulso a hacer lo contrario, a seguir el camino del egoísmo, de la violencia, a hacer sólo lo que le agrada, aun sabiendo que así actúa contra el bien, contra Dios y contra el prójimo”. Disiento en el planteamiento de Benedicto XVI, en cuanto a la historia de la evolución que Darwin impulsó. Hoy día, tiene cada vez más descredito entre los más eminentes científicos. Tom Wolfe, nada sospechoso de seguir doctrinas religiosas, pues es ateo, manifiesta: “La teoría de la evolución es un cuento”. “La teoría de la evolución no cumple con ninguno de los estándares para las nuevas teorías porque, para empezar, no es comprobable. La evolución significa que no puedes ver lo que sucederá, a menos que vayas a vivir durante siete millones de años, no se puede explicar, es totalmente imposible”. Wolfe remacha su argumento y dice: “Darwin, en su teoría, había aclarado que somos animales, simplemente, más altamente evolucionados que otros…la gente había crecido creyendo que los seres humanos eran almas de Dios, y él decía que veníamos de los monos o algo peor”. ¿Tendremos que regresar al punto de partida y admitir la creación directa por las manos de Dios de un maniquí de barro al que le insufló su espíritu y lo hizo semejante a Él? En esta encrucijada estamos, o ¿acaso se nos presentará quien sabe por quién otra hipótesis que deseche las que hasta ahora conocemos? Lo dudo, pues pienso que nadie, por ahora, y creo que nunca, podrá comprobar empíricamente la creación del Universo ni del ser humano. Hemos de conformarnos con nuestra nadería y admitir que jamás podremos conocer todo. Jamás llegaremos a ser dioses y menos aún a ser como Dios.
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