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Inteligencia artificial, revolución tecnológica y democracia: el reto de la ecuación en tiempos de cambio

Esperamos que, como el mito de Dédalo, no nos acerquemos tanto al sol en nuestro endiosamiento que caigamos al suelo al derretirse nuestras alas
Josu Gómez Barrutia
sábado, 27 de mayo de 2023, 12:40 h (CET)

"El más triste aspecto de la vida ahora mismo, es que la ciencia alcanza el conocimiento más rápido que la sociedad alcanza la sabiduría”, esta frase pronunciada por Isaac Asimov en el siglo XX parecería haber descrito una realidad actual en toda su crudeza. Esa, en la que los avances tecnológicos y de la inteligencia artificial hoy avanzan a un ritmo de exponencialidad tan elevado que dejan atrás en gran medida de manera permanente cualquier intento en la base del común de los mortales de entender su impacto real, presente y futuro. Hoy,  revoluciones de tanto impacto como la relativa a la singularidad tecnológica - entendida como la capacidad de la máquina de tomar conciencia de sí misma- no se ve como un hecho alejado en el futuro, sino como una realidad presente en apenas siete años en base  al actual incremento de las  capacidades de la inteligencia artificial que fija este momento transcendental en el año 2030.


Esa inteligencia, que hoy es capaz ya de ser utilizada para influenciar en la toma de decisión de la voluntad democrática de los pueblos a través de la influencia generada a través de las fakes news de las redes sociales, esos canales de consumo masivo  de fácil manipulación o en la gestión del control del dato como nuevo elemento de dictadura y de asfixia a la libertad. Y todo ello, a golpe de clic y de vigilancia permanente de nuestros modos de vida, relación, consumo y movimiento. El algoritmo lo puede todo, hasta el extremo de marcar la compatibilidad de parejas, trabajos, dietas o vestimenta a través de programas, plataformas y apps controladas por una inteligencia artificial, que aún sin tomar conciencia de si misma ya nos pone en jaque a pilares tan fundamentales en democracia como el de la libertad, el derecho a la intimidad o la imagen. Elementos que poco importan en la compraventa del posicionamiento en lo digital, en lo cult de las nuevas redes sociales a golpe de cookies aceptados y de cesión de datos o acceso a nuestros propios dispositivos tecnológicos por empresas que ponen en venta en el mercado la perfecta definición de nuestro ADN digital. 


Hoy vivimos así un mundo en el que el avance tecnológico necesario y la regulación del marco de implementación del mismo en nuestra sociedad para la salvaguarda de la democracia se muestran como un profundo debate en el que territorios o regiones como China o Europa transitan por diferentes caminos. El primero en la defensa de un modelo marca de permisión de transitar por todos los caminos que permita hacer de la tecnología y la inteligencia artificial elementos al servicio de la visión geopolítica de gigante asiático. El segundo, desde la regulación necesaria y urgente- para algunos excesiva - de la implementación de la tecnológica en el continente para evitar la derivación y el mal uso de la misma en un proceso de violación flagrante de los pilares fundamentales de las democracias europeas.  Un ámbito pues, en el que el choque de trenes parece inevitable en lo relativo a dos concepciones diametralmente opuestas sobre la posición que hoy la humanidad tiene que tomar en el marco de esta cuarta revolución tecnológica.


Es aquí, donde la aparición del DeepFake de manera generalizada o sobre todo de avances como el del ChatGPT entre otros, han venido a poner de relieve los temores de parte de la sociedad en relación a la inteligencia artificial,  las oportunidades de la tecnología y los riesgos de la irrupción de estos elementos de progreso en nuestro día a día.


Algo, que viene a determinar la reflexión profunda sobre cómo enfrentarnos a un proceso de cambio que afectará a todas nuestras estructuras sociales, democráticas, culturales, políticas, educativas e incluso mentales. A transformaciones, que nos van a permitir ver como la biotecnología o  la comunión maquina persona en un proceso de transhumanismo continuo y de avance de la experiencia de vida para quienes sean capaces de acceder a estas tecnologías. Un mundo, en el que la computación cuántica va a suponer otro salto cualitativo y cuantitativo en nuestro tiempo a través de un mayor procesamiento de la información, la conexión de los datos y la toma de decisiones de la propia inteligencia artificial . Algo que conllevará, a un impacto significativo en áreas como las de la criptografía, la simulación de sistemas complejos, y el aprendizaje automático, elementos estos que van a tener   implicaciones en la ciencia, la salud, la innovación industrial y la sociedad en general como la conocemos hasta hoy. Ejemplos cotidianos serán tales como los de la capacidad de autodesarrollar la decisión y toma de postura de la IA y los robots en su desarrollo de acciones, la identificación de curas a enfermedades del presente y que no lo serán en el futuro cercano, la construcción más eficiente de nuestros sistemas de transporte, la identificación y creación de nuevos materiales o el avance en la conquista del espacio por la humanidad.


Son así la computación cuántica y la inteligencia artificial dos caras de la misma moneda de una  revolución tecnológica que hoy nos permite ser testigos de un futuro que puede convertirse en el mejor sueño o en la peor pesadilla para una humanidad que hoy vislumbra su ascensión de Homo Sapiens a Homo Deus a través de la ciencia. 


Esperamos que, como el mito de Dédalo, no nos acerquemos tanto al sol en nuestro endiosamiento que caigamos al suelo al derretirse nuestras alas por el atrevimiento de no alcanzar con sabiduría como decía Asimov el avance de nuestra ciencia. Por ello, debemos ser capaces de equilibrar la defensa de los pilares democráticos y de las libertades con la posibilidad de desarrollar las transformaciones positivas que la tecnología nos ofrece hoy, no por menos estamos hoy a tiempo de poder diseñar las líneas por las que transite la construcción de este nuevo mundo.

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