El recuerdo se vuelca como una mezcolanza de diversidad humana cubierta de una lírica tan profunda como la marginación de la entonces tierra de nadie. Las burbujas eran tan profusas como la necesidad de sobrevivir de todos y cada uno de nosotros. Un espacio que se sabía fracasado de antemano, y que aunaba la niñez con una incomprensible e hiriente moralidad de barrio. Donde el maestro no siempre representaba el pináculo del conocimiento, sino más bien la expresión de una vida truncada por experiencias pretéritas.
Nuestra gran manzana se dibujaba colmada de personajes mundanos y extraviados propios de una canción de los Chichos. La barrera de la ignorancia en una generación de migrantes como la que simbolizaban nuestros padres, encontró en el miedo y la reserva su tabla de salvación. Impregnado ya el resto, por la vileza del momento y del lugar, soñábamos porque no se rompiera nuestra propia burbuja.
De niño, en la periferia de Barcelona.
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