"Vae victis" se lamentaban los antiguos cuando una derrota los dejaba a merced de los vencedores, y toda autoridad o mandato fenecía. Según Tito Livio, fue pronunciada en burla por el jefe galo Breno luego de vencer a Roma, ante las quejas por el botín exigido para retirarse de la ciudad.
Que todo pacto o mandato político finaliza con una derrota, y que puede ser derogado por los vencedores, lo entendió el presidente del gobierno español Pedro Sanchez, quien liquidó el gobierno y llamó a elecciones para este mismo verano.
En Paraguay, el principal responsable de la derrota opositora en las últimas elecciones nacionales (Efraìn Alegre) aún no se decidió a asumir costos, ni siquiera a pagar deudas. Ni hablar de sus compañeros de ruta de otros partidos opositores, que fueron cómplices de una burda maniobra para maquillar la interna liberal como una muy poco creíble “concertación”, con el resultado de la peor derrota en el tercer fracaso de su inamovible candidato.
Consciente del rechazo larvado en contra suya en su propio partido, Alegre buscó arroparse en nucleaciones ajenas y dibujar una concertación de utilería. No resultó.
En la empresa participaron fascistoides, neoliberales, neo reformistas burgueses e incluso antagonistas históricos e ideológicos del Partido Liberal paraguayo como el Partido Revolucionario Febrerista, agrupación que reivindica la revolución que desalojó del poder al liberalismo en 1936.
El bajo costo de este revés político para la oposición paraguaya, que además contó con ayuda del intervencionismo extranjero, no deja de ser cuando menos desconcertante.
Paradojalmente me vienen a la memoria macabras imágenes de otra derrota política, como Mussolini colgado boca abajo en una gasolinera, frente a la plaza Loreto de Milán. El predestinado a liquidar al comunismo en Italia, paradójicamente ejecutado por comunistas, pendiendo junto a su cómplice comunista Nicola Bombacci del escaparate de una gasolinera.
Bombacci era el único que tenía un epitafio junto a su nombre, donde se leía "super traidor". Había colaborado con el Partido Fascista Republicano, a pesar de haber sido fundador del Partido Comunista italiano. También acompañaban a Mussolini su ministro de cultura Alessandro Pavolini, su ocasional amante Clara Petacci y el ya hacía años defenestrado presidente del comité olímpico Achille Starace.
Starace había tenido la inoportuna idea de salir a realizar gimnasia por las calles de Milán, cuando le reconocieron los partisanos y le mostraron el cadáver del Duce. Todavía más inoportuno fue el saludo fascista que realizó Starace al cuerpo sin vida del ex jefe de estado, para acabar uniéndose a él en cuerpo y alma luego de una ráfaga de metralla. Tal vez fue el postrero error de no asumir la derrota lo que derivó en tan tragicómico final.
Es que la derrota tiene una dignidad que la victoria no conoce, y mucho menos la entiende aquel que se comporta como ganador después de haber perdido. LAW
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