Los protagonistas de estas elecciones del 28M fueron los abstencionistas que, callados y tristes, se quedaron en casa. Forman parte del grupo no movilizado de la izquierda que dejó crecer al PP, que se nutría, a su vez, de los votos de Ciudadanos.
No fueron a votar los inmovilizados. Son esos que se quedaron clavados en el suelo ante un inminente ataque. Padecieron el mismo miedo que sufren las víctimas de violencia sexual. Les afectó la parálisis momentánea, de la que se beneficia habitualmente el enemigo atacante.
Algunos que votaban a Izquierda Unida no acudieron al colegio electoral por comodidad: “Tendría que haberlo hecho por mi vecino que se encarga de jardines y parques, y es un buen político, pero esta vez no fui a votar, no”. Me dice una amiga.
“Esta es una ley contra los propietarios” —dice otra amiga que se queja de la ley de alquiler de viviendas, que entró en vigor estos días—. En Galicia no se declararán zonas tensionadas, y a mí no me afecta —prosigue— pero no se puede intervenir el mercado como si fuera este un régimen comunista.” Sé que se conoce la nueva ley al dedillo y, sin embargo, repite frases y argumentos que me recuerdan a eslóganes de las derechas contra Pedro Sánchez. Quizá es una persona contaminada con la toxicidad que nos afecta a todos.
Somos víctimas de los tiempos en que vivimos. Las redes sociales suplen a los medios de comunicación. Y me temo que los medios de comunicación tradicionales se puedan contaminar de la toxicidad de las redes sociales.
El día de las votaciones un vecino comenta en la panadería que no sabe a quién votar (ya había votado) y que le preocupa la situación. Quiere decir algo pero no conoce la posición de los que le escuchan. Teme que sean del PSOE, y se aventura a decir: “Si fuera la época de Felipe González, sí, pero ahora, no”. Es decir, contra Sánchez. Hay que ir contra Sánchez.
Lo peor fue la travesía. Cruzar el bosque durante la campaña semejó un viaje a ninguna parte empachados de ruidos sin sentido. A veces pudimos escuchar alto y claro a líderes políticos hablar de “derogar a Sánchez”, “acabar con el sanchismo”, “que te vote Chapote” y otros semejantes. Todos fueron altisonantes y parecían tener como única misión acabar con el enemigo a batir en las urnas, y este era el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez.
Si en la primera parte de la campaña el protagonista fue Bildu por incluir a condenados por delitos de sangre en sus listas y el culpable era Sánchez; la compra de votos incrementó el ruido en la segunda parte, pero el culpable volvía a ser Pedro Sánchez, aunque esa compra beneficiara al PP.
El ruido taponó a los mensajes, a la verdad y a las ideas. Se hizo trampa (y trumpismo también). Quienes quieren acabar con el Gobierno de coalición no escatiman en gamberrismo. Todo les vale. Seguirán con el ruido y los mensajes cortos, directos y acusadores, que llegan muy lejos porque van con eco.
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