El propósito inicial del asunto deriva de un hecho tan sufrido por todos como inesperado. Pero, a estas alturas ya se desprenden claros indicios de que el diseño seguirá martilleando a los que ya no tienen ni capacidad ni fuerza moral para continuar perdiendo. Los mismos, que ahora tendrán que elegir entre subrogar su persona a otro o renunciar progresivamente a su pleno derecho asistencial. Otro, que será una especie de alter ego digital que compense el desajuste social causado por ser un empecinado diuturno; y cómo no, para distraer la obligada equidad que ha de prevalecer: una atención sanitaria garantista sin barreras en términos de accesibilidad, suficiencia y dignidad. Una capa poblacional donde las limitaciones propias de la edad nunca fueron óbice para cumplir con el derecho al sufragio. Pero sí, y muy serias, a la hora de lograr una receta médica de forma autosuficiente.
¡No tiene a nadie que se lo haga…? Parece ser la respuesta a casi todo. Muchos lo podrían entender como una conducta de ayuda intergeneracional (!). El resto, como una pretendida y temprana cooperación impropia de nuestro tiempo. Máxime, cuando lo que se pretende es silenciar e invalidar socialmente a los mayores generando nuevas dependencias mediante decisiones que los comprometen directamente y que van más allá de sus posibilidades reales condicionando así, sus libertades más elementales como el valor a la intimidad . Valor relativo, desde el momento en que la decisión personal de no hacer partícipe a nadie de tu estado de salud decae ante la necesidad de tener que viajar acompañado a través del universo telemático de las consultas médicas y, en el caso de saberse conducir, una relación tan peculiar médico – paciente sigue sin ser aceptada ni entendida.
Y no, no tengo a nadie que me lo haga. ¿Quizás debería haberlo previsto? O no supe ver que el paso del tiempo me privaría, sí o sí, de mi individualidad a pesar de tener una óptima salud. Es evidente, que la medicina remota lastra la conocida regla hipocrática de: “es mucho más importante saber qué persona tiene la enfermedad que qué enfermedad tiene la persona”. Digitalizar la sanidad comportará que muchos no puedan acceder libremente a ella por un infranqueable e involuntario neoludismo etario.
Acostumbrados ya a esa marginalidad creciente en servicios más peregrinos, p.ej.: la banca, telefonía o seguros acaban por minar la voluntad de una generación que ha experimentado las mayores transformaciones del siglo pasado. En cualquier caso, lo indignante es que todavía hoy el hecho de no saber, detraiga derechos fundamentales a la condición de ciudadano.
La medicina privada, previa adecuación de su oferta y ávida de vender su tiempo, no tardará en activar el valor que representa el trato cercano con su médico y los beneficios que ello comporta. Los mismos profesionales de la sanidad que ahora, desde el otro lado preconizan las maravillosas ventajas que conlleva para la salud el hablar por teléfono.
*Diagnóstico: exclusión y zafia hipocresía
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