Desde siempre me ha gustado mucho conocer el significado de las palabras. Cuando escucho un término que desconozco o que me crea dudas, recurro a la RAE a través de su diccionario en Internet, al que tenemos un acceso rápido y sencillo. (Parece ser que las nuevas generaciones han perdido esta sana costumbre. Acabo de ver publicada una normativa para los aspirantes a profesores de lengua, en la que se les suspende si cometen ¡¡diez faltas de ortografía!!). El lenguaje moderno se ha adelantado clarísimamente a las determinaciones de los sesudos miembros de la Academia de la Lengua. Actualmente tenemos que recurrir a un traductor mental para entender lo que nos dicen o lo que nos quieren decir. Esto lo comprobamos fácilmente aquellos que solemos presenciar los programas-concursos de conocimientos de las distintas cadenas, tales como El cazador, Pasapalabra o Boom. En los mismos realizan una serie de preguntas que solo tienen su respuesta en el argot juvenil, en su termino en inglés o en las nuevas situaciones que se derivan de la creación de nuevas familias, circunstancias y géneros. Consecuentemente, esto se transmite al lenguaje cotidiano. Al que te enfrentas cada día. Un claro ejemplo de este problema, te lo encuentras en la aceptación y uso, por la gran mayoría de personas, del término: “pareja” para denominar un montón de situaciones. No sabes si “su pareja” es hombre o mujer, novio o novia, esposo o esposa, ligue o relación formal. Incluso compañero de mus o de dominó. La denominación de las relaciones afectivas o familiares ha cambiado por completo en los últimos tiempos. Sigo pensando que una novia-novio es alguien con quien uno se quiere casar. Una esposa, esposo, mujer, marido, son aquellos con los que mantienes un matrimonio (del tipo que sea) con intención de continuidad. Una pareja es la descripción de dos cosas o personas que tienen algo en común. Lo demás es nuevo, “los amigos especiales”. Los “fo…amigos”, “las parejas abiertas”, etc., algo que nos ha invadido y que tenemos que aceptar… aunque nos cueste trabajo comprender. Nos es bastante difícil dilucidar si estás “in” o usas un estilo “vintage”, retro, antiguo o simplemente viejo. Es decir, si sigues la moda o eres un anticuado. Antes ibas a comprarte ropa y decías al vendedor que querías unos pantalones largos o cortos (y antiguamente, bombachos), de verano o de invierno, claros u oscuros, y como mucho, de sport o “de vestir”. Ahora no. Parece ser que hay: pitillo, recto, ancho, tiro largo y tiro corto, cargo, joggers, chinos, anchos, de chándal y de lino. O sea que te tienes que llevar a Josey (el especialista en vestimenta que sale en muchos programas de la tele vestido de doña Croqueta), para que te asesore. Si ves un programa de cocina no te enteras de nada. Te dicen una serie de términos, de aparatos y de ingredientes tan extraños, que te parece asistir al trabajo de un laboratorio químico de altos vuelos, en vez de estar en una cocina. Manos mal que nos queda la bebida. Bueno esto es un decir. Pides una cerveza y te dicen si la quieres del grifo o de botella, con alcohol o 0-0, filtrada o sin filtrar, lager o brown, española, alemana o belga. ¡Ay Dios mío, que dilema! Yo sigo siendo militante de la resistencia. Sigo pidiendo unos zapatos negros del 45, unos pantalones de invierno del 54 y un chándal XXL. Con eso y un par de camisetas me apaño. Quiero una cerveza bien fría y una tapa de ensaladilla rusa y me niego a decir nada más. Así que tenemos que aceptar el “spanglish” que nos invade y la perdida paulatina del hermoso idioma de Cervantes. Esto es lo que hay. Ah, y acostumbrarnos a las nuevas relaciones “familiares”. Aunque como nadie quiere tener hijos, el final será llegar a la creación del binomio persona-inteligencia artificial que criara robotitos. Mucho ánimo. Los mayorcetes aun resistimos. Y eso que somos victimas del “edadismo”. Otro tipo de persecución. De eso hablaremos otro día.
|