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Etiquetas | Política | Corrupción

Malos políticos

No hay nada hay más repugnante que un político corrupto
Manuel Senra
miércoles, 27 de abril de 2016, 08:55 h (CET)
Decía Guy de Mollet que “La coalición es el arte de llevar el zapato derecho en el pie izquierdo sin que salgan callos”. Y tenía razón Mollet, pues para gobernar un país se hace del todo imprescindible y absolutamente necesaria la transparencia de la razón, de tal manera que sea esa la única forma de que, realizando un esfuerzo, se pueda gobernar un país en el que se cree riqueza y hombres cultos.

Claro para eso hace falta ser un verdadero político, tener madera para ser un “profesional de la política”. Poner bien claro que sobre ellos descansa la seguridad del pueblo soberano. Que tengan sana conciencia e incluso puedan decir, muy alto, que ellos son necesarios para la buena marcha de la democracia de un país. Del mismo modo que los que desean estar en la política se asemejen a otras labores, es decir, que aparte de ganar lo suficiente para vivir, sirvan con amor a los conciudadanos, aportando toda la inteligencia para siempre caminar por la rectitud.

Nada que no sea esto está del todo fuera del buen político. Ni nada hay más repugnante que un político corrupto. Ni nada está más cerca de “llamar ladrón” a las personas que, desempeñando un trabajo de más o menos responsabilidad, se aprovecha de la confianza que han depositado en él para trapichear, mentir, confundir, difamar…, a la vez que, poco a poco, va haciendo montoncitos de dinero y al cabo de un tiempo lo coloca en paraísos fiscales. A esa clase de gente hay que darle desdeñosamente de lado.

Cierto es que esa esta fauna desagradecida, mentirosa y ladrona se aprovecha de la oportunidad que le ha brindado el pueblo, ostentando un cargo claramente inmerecido. Y cierto es también que el porcentaje es más pequeño que el escándalo producido. ¡Pero es que no debe haber ni un solo político con las manos manchadas, ni tan siquiera “limpias”!

Otro motivo que caracteriza al buen político es el hecho de llamar a las cosas por su nombre y no distorsionar la verdad mintiendo, el de no juzgar a sus compañeros del bando contrario como sus mayores enemigos, de los que huyen como de la peste. Hablamos de hoy, hablamos de España. Hablamos de que no se puede estar tocando el arpa mientras se quema Roma. Pero ¿qué es esto? ¿Adónde vamos? ¿Qué país se puede construir rodeado de esta canalla? ¿Cuándo aplicaremos la ética del comportamiento digno y no la sinrazón del despropósito. Así como la estética del trabajo bien realizado, diáfano a los cuatro vientos del pueblo español? ¿Cuándo?

Cierro ya con una frase de George Clemenceau, que ojalá nunca tengamos que aplicar a ninguno de los nuestros: “Cuando un político muere, mucha gente acude a su entierro. Pero solo lo hacen para estar completamente seguros de que se encuentra de verdad bajo tierra”.

No. Creo que nunca será necesario. Esto es extravagantemente demoníaco.

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Todo mi respeto va a los hermanos españoles que perdieron la vida, a los que perdieron a sus familiares y amigos, a los que perdieron casas, vehículos, cultivos y enseres diversos. ¡Fuerza y honor hermanos míos, estáis dando lecciones de superación! “Después de la tormenta viene la calma”. Esta expresión no surge de la nada, sólo existe porque alguien prestó atención a lo que pasa después de que pasan las aguas, sale el sol, el aire fresco, nuevos brotes de la tierra.

Para mí es de interés público contar con contenidos legibles que sean una contribución a la cultura, la información, el debate y el entretenimiento entre todos los españoles. No creo que la respuesta en este siglo digital sea el canal de televisión cerrado, es decir, el de pago. Es bien cierto que prácticamente todos los hogares cuentan con al menos un televisor, pero ese no es el único instrumento para ver contenidos de toda índole.

 
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