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Sahara Occidental y Estados catalanes

Inventar países de acuerdo a intereses extranjeros de una región es una historia conocida, tanto en España como en países de Latinoamérica
Luis Agüero Wagner
viernes, 6 de mayo de 2016, 08:30 h (CET)
Decía el asesinado presidente argelino Boudiaf, que el Sahara Occidental era un conflicto que no tenía pista de aterrizaje donde pisar tierra, y el intento de prórroga por parte de la misma ONU de una misión que ya probó su incapacidad para resolver esta cuestión es una prueba más de ello.

El mismo Boudiaf terminó asesinado, según todos los indicios y testimonios de quienes fueran sus ministros, por su posición conciliadora con Marruecos en esta disputa artificial, subproducto de la guerra fría.

Detrás del asesinato, lo dijo la misma familia del líder extinto, estuvo la cúpula militar de Argelia, una clase privilegiada cuya opulencia es fácilmente verificable, dado que existen mapeos satelitales de sus opulentas residencias palaciegas, que dicen muy poco del espíritu republicano de aquellos que se pasan reprochando a Marruecos su condición de monarquía constitucional.

Ni hablemos de la tradición autoritaria y militarista que impera en ese país, donde se fusilaba por simple solidaridad con movimientos afines a la alineación ideológica. Un ejemplo es el fusilamiento con el cual empezó la odisea guerrillera de Masetti, fundador de Prensa Latina, quien entregó a un integrante de su columna para ser llevado al paredón, por intentar mandar a su madre una postal desde Paris.

Esta dictadura, que envía a sus propios tuaregs, chambas y erguibats a engrosar las carpas de Tinduf para hacerlos pasar por “saharauis”, y que no es ningún ejemplo de justicia social dada la opulencia y corrupción reinante en las altas esferas del poder, nunca se había mostrado favorable a minorías oprimidas en el continente africano, y había tenido lazos estrechos con la dictadura española de Francisco Franco.

Argelia condenó la secesión de Biafra, denunció el separatismo de Cabinda, apoyó a Addis Abeba contra los movimientos independentistas eritreos, y guardó silencio cómplice ante los fusilamientos ordenados por Franco en los últimos meses de dictadura en España.

Nunca insinuó la creación de un estado “saharaui” hasta que se habló de la parte occidental del Sahara, dotada de costa Atlántica. Con el evidente propósito de un salida al Atlántico, y distraer a Marruecos para que pierda de vista el enorme territorio sahariano que le arrebató de forma inicua, Argelia inspiró, entrenó, sufragó y financió al Frente Polisario.

Crear un estado frágil y dependiente de acuerdo al interés de alguna potencia regional o extranjera a una región no es desconocida para España ni para Hispanoamérica. La balcanización de la América otrora española, que truncó el sueño de Simón Bolívar, fue el resultado de esa correlación de fuerzas.

Y en España, es conocida la idea de Joan Fuster, inventor del mito de los estados catalanes, hace referencia desde un punto de vista geopolítico a una realidad ficticia según la cual Cataluña, la Comunidad Valenciana, las Islas Baleares, la franja este de Aragón, Andorra, el Rosellón francés, el Alguer italiano (en Cerdeña) y El Carche (en la esquina noreste de Murcia), deberían constituir un estado diferenciado. En su libro “Nosotros los valencianos” (1962), Fuster había enunciado su intencionalidad política al afirmar que “llamarnos valencianos es nuestra forma de llamarnos catalanes”, aunque una reciente encuesta arrojó como resultado que solo poco más del tres por ciento de los valencianos apoyaría la posibilidad de una comunidad autónoma de convertirse en estado independiente.

Dado el carácter funcional del mito “saharaui” al gran negocio montado con la ayuda humanitaria, y las escasas posibilidades que los mandones del Polisario permitan una encuesta en los campamentos que “gobiernan”, los números reales del apoyo que ostentan seguirá siendo un misterio. Con más razón si se considera que los falsos refugiados están sometidos a la voluntad de un tiranuelo anexo a la dictadura argelina, sostenido por saldos y retazos de los más oprobiosos regímenes africanos.

Pero entre los números de aprobación del ficticio “Sahara Occidental” y los estados catalanes, hoy por hoy, ya no debe haber una gran diferencia.

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