A vueltas con lo educativo y pedagógico, como docente ya casi jubilado, traigo a colación lo que, hace más de cuatro décadas, subrayaba el filósofo Gustavo Bueno: "el gran sofisma que Platón nos ha denunciado en el Protágoras es el siguiente: el de quienes estiman que es lícito apoyarse en la evidencia axiomática de que el hombre sólo es hombre por la educación, para justificar la profesión del sofista como "científico de la educación", como maestro de humanidad y de sus virtudes más genuinas"(1). Bueno aseveraba, además, que los sofistas se reproducirán siempre, porque la multitud y los gobiernos necesitan a estos científicos de la personalidad o maestros de la virtud.
De este modo, en la Edad Media, la función de los sofistas habría sido desempeñada por el clero, por los curas de almas encargados de edificar a los individuos, de elevarles desde su estado natural (de pecado e indefensión) hasta su estado sobrenatural. Así pues, lo que otrora fueron los sacerdotes, lo serían hoy los pedagogos científicos y, por motivos similares, los psicoanalistas y tantos psicólogos, siendo, “las llamadas ciencias de la educación indudablemente la versión que en nuestro siglo encarna mejor a la sofística que Sócrates ataca en el Protágoras.” (1)
Y, en relación con todo ello, topamos de nuevo con Sowell, citado ya en una columna reciente. En este caso, transcribimos la afirmación del economista afroamericano en el sentido de que “demasiado de lo que se llama 'educación' es poco más que un costoso aislamiento de la realidad”,lo que se relaciona con aquello que hoy designamos como “educación” y no ya “enseñanza” o “instrucción”.
Los sistemas educativos, en el marco de la nueva pedagogía (que ni es tan nueva, ni tan pedagógica, tal vez ni siquiera científica por ideológica), devienen en catequesis y esta se basa en la transmisión de verdades reveladas y de moral única. Siempre fue el objetivo de cualquier secta, o de cualquier religión, aislar a sus catecúmenos y practicantes de la realidad, ahorrándoles el pensamiento libre y autónomo y dándoles la “verdad” en un pack previamente elaborado.
Hoy, como siempre, aunque más que nunca, la realidad no interesa y se sustituye por relatos alternativos en lo ontológico, en lo gnoseológico y en lo ético, por hacer un paralelismo con los viejos sistemas filosóficos. Pero no se trata ni siquiera de filosofía, sino de teología pura y dura.
Sowell lo expresa con claridad en su sentencia. Parece evidente que el uso de la lengua como vehículo de abstracciones (todo lo contrario de las famosas “situaciones de aprendizaje”) y de conocimiento riguroso, transmitido por quien domina una materia (solo un violinista puede enseñar a tocar el violín) retrocede y pierde sus últimas batallas frente a la catequesis. Sofistas. En eso estamos. (1) GUSTAVO BUENO, «Análisis del Protágoras de Platón», En Platón, Protágoras (edición bilingúe). Clasícos El Basilisco. Pentalfa ediciones, Oviedo 1980..
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