Últimamente nos hemos acostumbrado a ver multitudes vociferantes soltando gritos amenazadores o denostando a los que consideran contrarios. Las manifestaciones pacíficas dejan de serlo en cualquier momento por motivo de alguna decisión interna o una “provocación externa”.
En esto días, (y esta es mi buena noticia de hoy), se han congregado en nuestro país vecino, Portugal, más de un millón de asistentes, según recoge la agencia EFE. He observado con atención y no he podido contemplar ni un mal gesto ni una mirada despectiva en cuantos se han puesto a tiro de las cámaras. Sonrisas juveniles abiertas y unas ganas terribles de transmitir felicidad.
Hace más de cuarenta años tuve la oportunidad de ver al Papa Juan Pablo II en Granada. Allí nos desplazamos miles de malagueños para unirnos en oración con aquel Papa carismático. Hoy los jóvenes de todo el mundo se han reunido en oración alrededor de un viejo Papa cansado, pero con las ideas muy claras. Tanto él, como yo, tenemos que dar muchas gracias a Dios por esos jóvenes, entre los que se encuentran cuatro nietos míos, que siguen creyendo en el mensaje que desde la Iglesia y nosotros sus mayores les hemos transmitido, basado en la búsqueda de un mundo mejor siguiendo el camino trazado por Jesús de Nazaret.
Vuelvo a reiterar, junto con el Papa Francisco, que tenemos unos jóvenes que son una maravilla y que significan la esperanza en un mundo mejor. El Evangelio (la buena noticia) sigue en sus bocas y en su ejemplo.
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