Son las ínfimas acciones de cada día las que nos engrandecen el alma. Hemos de ponerlas en práctica, sin desfallecer un instante, con la familiaridad y la perseverancia en el buen obrar. De esta forma, seremos mejores ciudadanos, gentes de palabra en coherencia con nuestro hacer, por el bien de nuestra casa común. Quizás, en este momento de tantas dificultades e incertidumbres, necesitemos mirarnos mar adentro, más allá de las apariencias, para descubrir el tesoro que todos llevamos consigo. Seguramente entonces, tengamos que hacer parada y tomar aliento, recluirnos y vencer la tentación del desánimo, haciendo un diario autobiográfico, con una ética racional, como condición previa para la regeneración del individuo y la continuidad del linaje.
En efecto, la crónica viviente no puede desperdiciarse, los tiempos están para asentarlos donándose, para ganar salud en nuestro fuero interno con nuestras humildes prácticas de entrega a los demás. El mundo tiene que dejar de ser mundo y convertirse en cielo para todos. Por eso, se requiere estar en guardia como auténticos protectores, anclados en la conjugación del verbo: el amar de amor amar. No desmoronarse, en consecuencia, en el interrogatorio. Persistamos con las accesorias actividades de cada aurora, aquellas que vierten acogida y clemencia bilateral. Lo que no es de recibo, es que mientras crece la hambruna, se continúen desperdiciando millones de toneladas de alimentos. Desde luego, ante esta tremenda situación, hemos de pasar página y dejar de ser una bestia andante, para concebirnos como una bondad pensante. Un ser sin moral hace del espacio por el que respira una verdadera selva, donde nadie está a salvo y todos estamos presos de rencor. Por consiguiente, tenemos que ejemplarizar nuestros pasos por aquí abajo. Nos merecemos otros caminos sin tantas contiendas, lo que nos exige un cambio de mentalidad y actitud, con realizaciones concretas, que nos lleven a sentirnos tronco y no a vivir la vida para uno mismo. Bajo el contexto de la ética y de la estética en comunión, es como consigue, que nada tenga fecha de caducidad y el futuro sea nuestro, jamás de los mundanos poderes. Ciertamente ahora transitamos enfermos, anidamos encarcelados a corruptos poderes, lo que requiere una reconstrucción inmediata. De lo contrario, estará en nosotros mismos el fin del mundo sin reinicio. Tampoco se trata de caer en la desolación. Mientras hay savia siempre hay esperanza, no lo olvidemos nunca. Eso sí, no podemos continuar viéndolas pasar, con los brazos cruzados, hay que reaccionar con pequeñas prácticas, asumiendo la propia responsabilidad en los procesos de sanación de la sociedad. Salir de la crisis significa modificar abecedarios, crear hogar y restablecer vínculos, hacerse más corazón a corazón y rehacerse como humanidad nueva.Animémonos a soñar en grande, desde nuestra menudencia, buscando formar y conformar ese poema celeste que le falta a la tierra, para fusionarse como verso en sus entrañas, crecido y recreado por el universal universo. Menos autocomplacencias, pues, y más inspiración para llegar a los efectivos ideales, que son los que en definitiva nos encaminan en el recto andar. Realmente nos falta educación y concienciación en valores y principios morales; además de sobrarnos soberbia, para poder trazar un futuro más equitativo y transparente. Hay que volver a lo autentico de la estrofa existencial, tomar su ritmo y forjar su armónico tono, que radica en nuestro propio cohabitar, sabiendo que el porvenir depende de la energía, de las ideas y aportaciones de cada uno en nuestro diario acontecer, con el ingenio preciso para hacer las cosas bien y con los liderazgos suficientes para hacerlas correctas. Seguramente esto de imaginar, sea la actividad lúcida más antigua, pero nos ayudará a restablecer un clima de ilusión y confianza en nosotros mismos. En el fondo, nos urge ejercitar la honradez para esa gran mutación humana, hoy totalmente deshumanizada e inhumana, cultivando el abrazo como revolución y el hermanamiento como evolución.
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