En su Historia de España, Juan de Mariana empieza subrayando: “No me atreví a pasar más adelante, y relatar las cosas más modernas, por no lastimar a algunos si se decía la verdad, ni faltar al deber si la disimulaba”. Hubo tiempos en los que la distancia cronológica a los hechos estudiados fue un elemento de disputa en la argumentación sobre la cientificidad historiográfica. Parece de sentido común que, para indagar un momento histórico con alguna objetividad, debe mediar cierta lejanía; por eso llegó a hablarse de cincuenta o de cien años para cumplir semejante exigencia.
Así entendió el asunto, bastante antes de que concurriera nada parecido a la disciplina historiográfica, nuestro Juan de Mariana, cuyo racionalismo, preñado de sentido común, rompe con los tópicos de la leyenda negra. No parece que esa cordura se extienda entre los historiadores de hoy, al menos en el gremio escolástico ligado a las universidades, pues no hay muestra de que se hagan distingos entre lo más cercano o lejano, cronológicamente hablando, a la hora de emprender estudios o investigaciones. Tal vez porque lo ideológico, cuando no lo sectario, aparenta tener más peso que el esclarecimiento de los hechos. Y uno recuerda entonces, con nostalgia, los escritos de Mariana.
No hay muchos estudios, en España, sobre la Escuela de Salamanca, o sobre Juan de Mariana, paradigma, frente a la leyenda negra, de que no fue nuestro país un yermo de pensamiento allá por los inicios de la Edad Moderna, sino que hubo intelectuales que se anticiparon a corrientes posteriores. Juan de Mariana (el “padre Mariana"), uno de ellos, fue heredero de dicha Escuela; defendió la propiedad privada y los derechos individuales, e identificó algunos de los principios fundamentales de la Economía. Su denuncia de la adulteración monetaria, de los monopolios, de los impuestos no consentidos o de la guerra injusta lo revelan como adelantado del ideario liberal.
Abogó, asimismo, en favor del equilibrio presupuestario ligado a una moneda sana. También se planteó, en profundidad, la cuestión de la legitimidad del Poder. En relación con esto último, en 1610, el verdugo de París cumplió la misión de quemar públicamente en la hoguera un libro suyo titulado Del Rey y la institución real, en el que se defendía la licitud del tiranicidio; Enrique IV de Francia acababa de ser asesinado y las autoridades intentaron que el regicida, apellidado Ravaillac, confesara que había sido inducido a llevar cabo su acción por el conocimiento del libro de Mariana, que el reo negó haber leído.
Por el contrario, la obra pasó en España todas las censuras previas, tal vez por el clima de tensión y enfrentamiento con los vecinos transpirenaicos. En todo caso, lo sucedido en torno al libro muestra su relevancia y sirve de arranque para plantear la inexactitud de alguno tópicos sobre nuestra Historia.
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