Albert Gimenoescribe en nombre de los muchos ciudadanos que se quejan por las diversas muestras de incivismo que se ven por doquier: ciudades cosmopolitas, pueblos pequeños, espacios naturales. Allí en donde el hombre pone los pies no tarda mucho en aparecer el incivismo. Con la proliferación de envíos de artefactos en el espacio el universo se convierte en una inmensa chatarrería que dificulta la exploración espacial.
Cuando Albert Gimeno escribe: “Por un lado, el ayuntamiento”, (se refiere a Barcelona que puede aplicarse a cualquier otra localidad), “tendrá que vigilar que el cumplimiento del carísimo contrato de limpieza sea real y eficiente. Y por otro lado, tendrá que poner el cascabel al gato para controlar los comportamientos incívicos y castigarlos con la dureza necesaria, no como pasa actualmente. Para poner un ejemplo, se orinen en la calle o abandonar la basura sin control es observado por un agente (difícil) y si se pone una multa, conseguir el cobro de esta infracción es una misión más difícil de conseguir que ver a Carles Puigdemont gritando vivas a España. Se tiene que conseguir que haya más multas y que sean de cobro obligatorio. A los nacionales y a los extranjeros. Sería necesario idear un sistema para que al infractor no le salga gratis, porque no parar este tipo de comportamientos únicamente convierte el exceso en costumbre que afea la ciudad y la hace insoportable para quienes pagamos los impuestos”.
La denuncia que hace Albert Gimeno, excepto para quienes ensuciar les es un hábito, la suscriben la mayoría de los ciudadanos. ¿Es políticamente correcto pedir a las autoridades democráticamente elegidas que no se limiten a decir que son servidores de sus votantes sino que se atrevan a poner el cascabel al gato y se tomen en serio mantener limpias los núcleos urbanos? Que sean una realidad las promesas electorales y que no sea el viento que las lance al estercolero.
Si el incivismo fuese el problema de cuatro gatos sería posible erradicarlo. Es un problema generalizado porque quien más quien menos todos tenemos un cierto grado de incivismo. Voy a transcribir un texto bíblico que aparentemente nada tiene que ver con el problema que tratamos. Si se le analiza atentamente y sin prejuicios pienso que cada ciudadano se lo hará suyo: “Tendrás un lugar fuera del campamento a donde salgas, tendrás también entre tus armas una estaca, y cuando estés allí fuera, cavarás con ella, y luego al volverte cubrirás tu excremento, porque el Señor tu Dios anda en medio de tu campamento, para librarte y para entregar a tus enemigos delante de ti, por tanto, tu campamento ha de ser santo, para que Él no vea en ti cosa inmunda, y se vuelva de en pos de ti” (Deuteronomio 23: 12-14).
Israel era un pueblo muy numeroso. Nos podemos imaginar las toneladas de excrementos que se producían diariamente. Dios que es su Rey les da instrucciones concretas al respecto. Con el propósito que el campamento no se convirtiese en una enorme letrina infecta a cielo abierto debido a la infinidad de cagadas sobre la tierra tendrás “entre tus armas una estaca, y cuando estés allí fuera, cavarás con ella, y luego al volverte cubrirás tu excremento”. Está claro que es una medida sanitaria para evitar la propagación de enfermedades. Pero el propósito principal de la medida era mantener el campamento limpio de inmundicia para hacer destacar que el lugar en el que se encontraban era un espacio santo por la presencia del Señor y la limpieza metódica lo conservaba así. Hoy la limpieza de las poblaciones se ha convertido en un problema. Se intenta resolverlo pero no se consigue. Ahora los ayuntamientos anuncian aumentar el importe de las sanciones para quienes no respeten las ordenanzas municipales. Si la mayoría de las multas no se cobran, ¿de qué sirve imponerlas? ¿No sería más provechoso sancionar a los incívicos con la obligación de limpiar lo que han ensuciado? De todas maneras no creo que el problema vaya a resolverse debido a que los ciudadanos no tienen un motivo suficientemente claro para no ensuciar.
La incredulidad impide reconocer como santo el lugar donde ponemos los pies. Es imprescindible recuperar el concepto de Dios tres veces santo, Padre de nuestro Señor Jesucristo que por el Espíritu Santo habita en el creyente. No es una exigencia externa la que obliga a mantener limpia la ciudad, es una imposición que se elude fácilmente porque no siempre tenemos unos ojos que nos observan. La presencia del Espíritu de Cristo en el creyente grava en su corazón la imperiosa necesidad de mantener limpia la tierra que se pisa. Las autoridades cumplen con su cometido castigando a quienes hacen el mal. La responsabilidad de los cristianos es proclamar la buena noticia que por la fe en Jesús el árbol malo se convierte en uno de bueno que en vez de sembrar suciedad esparce limpieza.
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