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​Incendios descontrolados en España

No es mi propósito analizar las causas de este desastre ecológico y humano
Jorge Hernández Mollar
sábado, 26 de agosto de 2023, 09:46 h (CET)

Según el Sistema de Información Europeo de Incendios Forestales (EFFIS) se han quemado ya en 2023 más de 86.000 hectáreas de nuestra riqueza forestal en el conjunto de España, lo que nos eleva a ser el país europeo más afectado por esta grave tragedia medioambiental. No es mi propósito analizar las causas de este desastre ecológico y humano que pueden ir desde unas temperaturas muy elevadas hasta las imprudencias o conductas delictivas y criminales que nacen de la mano del hombre.


Sirva esta introducción, sin embargo, para rendir un merecido reconocimiento a todos los hombres y mujeres que con riesgo de sus vidas, y me consta, luchan contra el fuego devorador desde todas las administraciones o instituciones que participan en tan peligrosa y meritoria labor de servicio a la sociedad.


Pero hay otros incendios que están asolando la convivencia y el buen clima que tan atractivo ha resultado siempre, para quienes aún nos admiran en el mundo por nuestra historia, cultura y costumbres tradicionales. Quemar y destruir años de entendimiento y respeto personal e institucional entre los españoles desde nuestra Constitución de 1978, es como derruir un edificio bien cimentado sin conocer cuál va a ser el destino del solar sobre el que estaba construido. Decía Ricardo Bofill, uno de los mayores exponentes de la arquitectura española, que “las ciudades necesitan ser reparadas y curadas, no demolidas y construidas desde cero”.


¿Podrían algunos de nuestros actuales políticos, en especial los de la bancada de la izquierda, pensar más en lo que sería necesario reparar y curar de nuestra querida España, que en contribuir a fracturarla y reconstruirla desde cero en una misión altamente imposible ? Creo que en la sesión de investidura del próximo 26 de septiembre se abre una gran oportunidad para que la mayoría de nuestros diputados/as extingan el incendio del devastador desencuentro y confrontación en el que está instalada hoy la vida política española.


Otro incendio que ha estado a punto de achicharrar una de las gestas más emblemáticas de nuestro deporte femenino, es el que abrasa hoy al mundo del fútbol y a la Real Federación que lo representa. Proclamarse nuestra selección campeona del mundo, hay que reconocer que era inimaginable hace unos años. Sin embargo la corrupción moral y económica de algunos de sus dirigentes, como es el caso del indecente Luis Rubiales y con anterioridad los de Angel María Villar o José María Negreira, exigen con urgencia poner orden en un deporte donde se ha desatado un furor desmedido e incontrolado para mercantilizar y denigrar una actividad deportiva que, en su versión masculina o femenina, ha sido capaz de alcanzar las cotas más elevadas de éxito mundial. Los disparatados y millonarios sueldos, los turbios y lucrativos negocios y el dinero negro que rodean hoy al fútbol, hacen sospechar que una burbuja de impunidad judicial y política, encubren la corrupción en este deporte. “Servirse de un cargo público para enriquecimiento personal resulta no ya inmoral, sino criminal y abominable”. Lo preocupante es que Cicerón sea hoy un personaje desconocido…

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En nuestra realidad circundante, en lo que solemos citar como nuestro entorno, el sistema judicial tiene como objetivo no la Justicia, abstracción platónica que nos trasciende, sino garantizar, con realismo y en la medida de los posible, la igualdad de los ciudadanos ante la ley, que no es poco. Por eso hablamos de Estado de Derecho, regido por la Ley.

Estamos habituados a tratar con las apariencias, con la natural propensión a complicar las cosas en cuanto pretendemos aclarar los pormenores implicados en el caso. Los pensamientos son ágiles e inestables. Quien los piensa, el pensador o pensadores, representa otra entidad diferente. Y curiosamente, ambos se distinguen del fondo real circundante, este tiene otra urdimbre desde los orígenes a sus evoluciones posteriores.

Dejó escrito Salvador Távora sobre Andalucía que «la queja o el grito trágico de sus individuos sólo ha servido, por una premeditada canalización, para divertir a los responsables». No sé si mi interpretación es acertada, pero desde que vi por primera vez su obra maestra, Quejío, en el teatro universitario de Málaga creo que muy poco después de su estreno en 1972, el término adquirió para mí un sentido diferente al que antes tenía.

 
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