El domingo anterior, al regresar, nos alistamos y volvimos a salir; unos amigos nos esperaban. El camino estaba despejado y las nubes abiertas auguraban una buena tarde. Almorzamos entre la charla de los temas más variados: educación, espiritualidad y de cómo las estrellas podían ayudar a seducir. Nos reímos y también quebrábamos las voces al hablar del pasado. El hogar, limpio y en paz; la tranquilidad que la familia exhalaba, nosotros podíamos sentirla, contagiándonos de ella. El tiempo transcurrió sin el menor apuro, las manecillas vivían el momento con la misma intensidad que nosotros; sosegadas, las diversas voces se sobreponían como un canto previamente ensayado. Helen, la madre, bailaba dulcemente entre los temas; de vez en vez su hija mayor se unía al coro mientras la menor sonreía tímidamente entre el cabello rizado de su hermana. El padre jugueteaba entre sus dominios con un sartén en la mano y un brillante burrito en la otra, hasta ahora no conozco la sazón de su mujer. Las niñas ayudaban a su madre a lavar los platos; quisimos ayudar, pero no nos dejaron, éramos los invitados.
Al salir nos dimos cuenta de lo bueno que es disfrutar una buena tarde sin el celular encendido; no habría fotos que mostrar, solo el recuerdo sostenido en el plexo. En la intención de optimizarlo todo nos hemos convencido de que ningún recuerdo debe ser borrado, los fármacos de hoy son los discos externos. Recuerdo la advertencia que hace Platón en el Fedro: «Porque es olvido lo que producirán en las almas de quienes las aprendan, al descuidar la memoria, ya que, fiándose de lo escrito, llegarán al recuerdo desde fuera, a través de caracteres ajenos, no desde dentro, desde ellos mismos y por sí mismos». Fiarnos de los medios tecnológicos es un balancín de fina madera que, ha diferencia del acto de escribir, no requiere que la experiencia se asiente en el castillo de la experiencia.
¿Puedes sentir como al estar tan pendiente de publicar una foto tu mente no afianza el recuerdo? No me es extrañó observar cómo, al agotarse la batería del dispositivo, su pulso se acelera haciendo evidente que es una extensión de él, como su propia pierna o su propio brazo. Sin embargo, recuerda que las secuencias de olores e imágenes que surgen en nuestra mente nos proporciona un sentido continuo del yo; y a diferencia de lo que podríamos creer, la memoria se enaltece de su capacidad creativa que reestructura nuestra forma de ver el mundo. No solo es nuestro diario, como afirma Oscar Wilde, es la fuente de donde nuestro ser bebe. Por ello es por lo que, al no soportar la carga, la informaciónno nos pertenece y, por lo tanto, no podemos usarla para darle un sentido a nuestras vidas. El oxígeno que palpaba la rosa ha dejado de tener significación. John Locke lo recalca al decir que «un hombre conoce todas aquellas verdades alojadas en su memoria», más allá, en el vacío de internet, la narración no existe, el hombre permanece perdido a causa de su vagancia, abocado a la novedad semejante a unos zapatos que buscan un sentido en el futuro, siempre al encuentro de lo que no tiene, de aquello que le otorgue en un futuro lo que lo salve de sentirse carente.
Si abres cualquier página social, confirmarás que todos quieren pertenecer al club de los observados, volviéndose parte del «juego de las transparencias», todo debe estar expuesto; la intimidad, que alguna vez perteneció al reino de lo existente, desaparece en el momento en que no es en redes sociales publicada. El ser humano se ve inmerso en el burdel de lo efímero, y muchos aún creen que pueden entablar amistades en el terreno de las pantallas para darse cuenta de que tan solo se pueden construir amistades de conveniencia, de intercambio, de compra y venta. No existe una buena comida que compartir con aquellos a los que solo les importa tu atención. El recuerdo de mis amigos, en cambio, permanecerá conmigo; ese domingo nos pertenece a los seis.
Si la memoria se esfumara cual viejo uniforme infantil a nadie le importaría; ya no tienen recuerdos, en todo caso, de nada de lo que se perdió entre los millones de datos virtuales. Tanto la adicción a mostrarse con una identidad única y definida en redes como el vínculo que se ha forjado con la tecnología, fiando su memoria en ella, están mermando aquellas experiencias reconstruidas en el terreno de lo propio, de lo privado.
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