Cada vertiente artística a lo largo de la historia humana, ha adscrito y diversificado la forma de observar y en contra de lo que pudiera pensarse con dicha premisa, se continúan presentando nuevas formas y temáticas nutriendo el vasto panorama. Incluso en este punto de la historia del arte, donde el enfoque artístico se ha centrado en temas propios e internos del ser humano, todavía existe resistencia.
Tal es el caso de El cielo cae a voces de Melissa Nungaray (1998, Guadalajara), publicado en la colección Jóvenes, pasión y libertad, del Fondo Editorial Estado de México (FOEM) en coedición con la Universidad del Estado de México; con el cuidado editorial de Mariana Aguilar Mejía y los editores Alejandro Pérez Sáez y Jorge Eduardo Robles Álvarez.
Es difícil pensar en algún momento en que no se voltee a ver el cielo, en busca de razones sobre el clima, pronosticar algún cambio; ver las aves o aviones surcarlo; darles sentido a las nubes. La hermenéutica de plasmar impresiones del cielo tiene un lugar especial en la humanidad y en este momento donde la inmersión a la tecnología y los pormenores introspectivos, la propuesta poética de Melissa ofrece un punto de quiebre.
Camino hacia la noche que me inventa, espiral a media luz que colisiona en su fugaz retiro de espigas y fuego. Adentro escucho que el libro se abre. (Nungaray, 2023, 13)
En un viaje de largo aliento, Melissa pone a disposición del lector un paisaje interior que en medida de las páginas confronta la existencia misma, no en busca de respuestas, sino de aseveraciones que dan cuenta del extraordinario hecho que implica la vida; un volver a lo místico de la creación, pero en especial de la constante reconfiguración del que es capaz una persona. Vivir es el primer y mayor milagro.
En el comienzo adonde iré recuerdo y aprendo lo que sentí en otros días, allá adonde los nudos se deshacen. Me deshabité de lo que he sido para ser. Anillo de fuego que comprime mis dedos y esparce las cenizas de otro yo, más lejano que la vida misma. (Ibid., p. 25)
A este punto cabe mencionar que si bien a recientes fechas, el verso libre es la estructura predominante en la poesía, acompasada por tonos intermedios, entre lo personal y la desvinculación del yo, cuya intención es lograr cierta horizontalidad entre autor y lectores, que permitan identificarse entre sí con mayor facilidad al momento de apropiarse del texto. Pero, en el caso de El cielo cae a voces, se puede pensar como una propuesta hermética, por el contrario, es líquida; una hermenéutica del firmamento que está y no; intangible, pero a fin perceptible, donde: “[…] adentro es arriba, corazón de cielo, / adentro soy lo que seré cuando no haya nadie.” (Ibid., p. 39)
Aquí estoy a tu lado Rodeándote con mis brazos de efigie antigua, ¿qué escuchas si no me ves?
Aquí estoy en la ardorosa cintura del sol, aquí estoy en fraternidad galáctica. Aquí estoy escribiendo el cometa, la próxima desventura sin rumbo que se desliza bajo el vuelo del águila, azul que roe al ojo errático de cambiante ropaje. (Ibid., p. 62)
La poesía va más allá del retrato inmóvil al cual volver cada vez que se abre el libro; incluso recordando a Ulises Carrión y Raúl Renán, los libros no necesariamente están hecho de hojas y pastas. Como se mencionó al principio, lo contemplativo es un basto territorio donde abordar el pasado como el presente en busca de sentido; sin embargo, la poesía también se desdobla como un medio de meditación; el oráculo donde habrá de resonar aquellos tópicos que al igual que las nubes, no tienen una forma concreta, transformándose a merced del viento.
[…] Adentro escucho que el libro se abre, camino hacia la noche que me inventa y las semillas siembran lo indecible, estrellas que abordan el lenguaje detrás de los ojos que iluminan el destierro estelar de la memoria. (Ibid., p. 78)
¿Quiénes somos?, ¿cómo llegamos a ser así?, ¿qué pasará después? Son algunas de las preguntas que cada cierto tiempo nos llegamos a hacer e intentamos responder sin éxito inmediato, lo cual no representa un fracaso, por el contrario, la única forma de encontrar la respuesta estaría en el final de los días, momento donde solo queda hacer retrospección para dar la cuenta final de quién se ha sido. En este sentido, El cielo cae a voces de Melissa Nungaray ha llegado justo a hacer notar que a veces la mejor respuesta no existe en palabras, sino que está ahí en el cielo, solo hay que poner atención a cómo silva, diría Bob Dylan.
Fuentes: Nungaray, Melissa (2023) El cielo cae a voces. Jóvenes, Pasión y Libertad. Literatura. Poesía. Estado de México: Secretaría de Cultura y Turismo del Gobierno del Estado de México / Universidad Autónoma del Estado de México.
Autor de la reseña: Francisco José Casado Pérez (1990, CDMX). Arquitecto y escritor. Ha publicado en revistas digitales, Mención Honorífica del Premio Bruno Corona Petit (2020-2022). Autor de Para mirar los pasos (2021), Escrúpulos Editorial, premio Don’t Read 2021 y la plaquette Flush (2023) del taller de imprenta Canciones Tristes . Books & Printing.
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