Y de pronto
el carro de caballos dejó de tener caballos, sólo tuvo un esclavo:
El cochero, que vio la realidad así, tan de pronto, ante sus ojos la realidad.
Bajaste, hombre, del carro, bendices la hierba, olvidas la dirección de tu casa. Los caballos por la orilla de un mar que ahora es bravo. Has visto la libertad, hombre humano.
Pegas fuego al carro, lo último esclavo, y el fuego sonríe en una noche sin clavos.
Y a lo lejos ver, lejos de ti los caballos, son solo ellos:
Como tu corazón volando.
Y a lo lejos sentir, así es el mar, humana mujer, A tu corazón sin carros.
Y por fin ya no ver, madre tierra, por encima de tu piel, paso de carros.
[del poemario "Canten las jaulas. Canciones para los aún no vencidos", en construcción e inédito]

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