Hace apenas tres años era solo un deslenguado economista que se hacía hueco a base de virales en la red. Hoy es el presidente electo de Argentina. Javier Milei tiene ante sí un doble reto fabuloso; por un lado, reconstruir la destrozada economía de su país; por otro, confrontar el liberalismo ante otras ideologías dominantes hoy en el mundo.
Todas las miradas ya se han dirigido hacia él. Unos para reflejarse en el espejo - conservadores, liberales, libertarios, anarcocapitalistas -; otros para señalarlo y ubicarlo en el eje del mal - izquierdistas radicales y socialdemócratas-. La prensa española en su mayoría no ha tardado en etiquetarle de "ultraderecha". Somos un país socialdemócrata y todo lo que no sea de izquierdas, es ultraderecha o fascismo. Realmente, desde hace ya un siglo, la izquierda etiquetó como fascistas a todos sus adversarios, vinieran de donde vinieran. No hay término medio y la polarización y el frentismo que vivimos no ayuda a abrir la escala de grises. Milei es básicamente un liberal. Simple y llanamente lo que viene siendo un defensor del liberalismo. Que hoy buena parte de los partidos y medios lo califiquen de fascista, nazi, ultraderechista dice mucho de hasta donde ha llegado el consenso progre socialdemócrata a nuestras sociedades.
Es cierto que el personaje ha puesto poco de su parte para desmontar la etiqueta. Poco ayuda a ello su pose negacionista del cambio climático, su postura antiabortista, las comparaciones poco afortunadas -o mal entendidas- sobre la homosexualidad, su nueva posición sobre las drogas; ahora mas dura, o participar en varios mítines de Vox. Alguien tiene que explicarle a este hombre qué es Vox a día de hoy y qué poco queda de liberalismo allí.
En todo caso, es importante tener en cuenta que los argentinos le han elegido para arreglar la economía y parar la hiperinflación, no para salvar al mundo con la agenda globalista. Hoy los argentinos solo quieren salir de la pobreza y a la vez no ser atracados por la cajera del supermercado. Milei no es aún un político. Creo que en muchos temas se posiciona como un niño por oposición a lo que digan los 'zurdos'. Lo hace por conveniencia, estrategia y también por ignorancia. No tiene ni pajolera idea de lo que pasa en el clima ni de los temas de la agenda feminista. Tampoco tiene aprendido un discurso para salir del paso con corrección política sobre temas que realmente son solo prioritarios en el primer mundo, en países donde la gente no pasa hambre y tiene tiempo para pensar en otras cosas y problemas más o menos reales.
Es economista y es liberal. Le gusta decir que es un anarcocapitalista filosófico; pero que en la práctica se considera un minarquista - partidario de un Estado mínimo-. Los liberales, desde siempre, desde Locke hasta Milei, pasando por Smith, Mises, Hayek y tantos otros, quisieron siempre lo mismo: un Estado pequeño, reducido y dedicado a la seguridad, la defensa y la justicia. Y pusieron por encima de todas las cosas la igualdad jurídica y los derechos y libertades individuales. Ese es en esencia el discurso e ideología de Milei. Neoliberalismo 2.0 para algunos, fascista y nazi para otros. Todo un universo de etiquetas y prejuicios; pero todas sus propuestas y recetas parten de un liberalismo que si tuviera que etiquetarlo diría que es bastante "académico". Dentro del universo liberal, podríamos ubicarle en el paleolibertarismo; esto es, una rama del libertarismo con toques conservadores, que surgió durante los 70 y 80 como oposición al libertarismo predominante hasta entonces, que tenía valores más de izquierda en lo moral.
Milei es un lector compulsivo, un hombre vehemente e histriónico que se sabe bien la lección. Un maestro de la teoría que ahora debe aterrizar y dedicar tiempo a la pragmática y al desmontaje de la leyenda negra que le están construyendo los enemigos de la libertad, legión en todo el mundo. Va a ser el responsable de rescatar de las cenizas al liberalismo, esa ideología responsable del mayor progreso nunca antes conocido en la historia de la humanidad, autora de lo que fue y es Occidente, del fin del absolutismo, de la llegada de la revolución industrial, del capitalismo, de la democracia liberal y del Estado de derecho. Todo ello está o parece olvidado, denostado o diluido en la noche de los tiempos. Si tiene éxito, quizá la libertad se extienda por países de América latina tan necesitados de ella. Lula, Boric, Obrador y Maduro no durmieron bien la noche del domingo. En Europa, la izquierda asiste al fenómeno con lágrimas - Pedro Sanchez ni le ha felicitado aún, demostrando tan poca educación como nulo respeto por los intereses de su país- comprobando a donde llevan sus recetas y la impresora de billetes y que opina la gente de las mismas. Tienen pánico a Milei, temerosos de que un liberal demuestre al mundo que un Estado pequeño no es solo posible, sino necesario. No está perdiendo el tiempo el peluca: dos días después de la elección, ya inició el traspaso de poder y clama por ajustes de gasto, privatizaciones y por eliminar 15 ministerios y dejar por ahora 8. Es solo el primer paso de un proyecto de máximos que necesita de 35 años para culminar, según dice él mismo.
La dialéctica de izquierda y derecha está agotada; al menos en su formulación clásica. El nuevo eje del debate ideológico es más bien liberalismo frente a estatismo. Libertad frente al Estado. La izquierda, el socialismo del siglo XXI y la socialdemocracia son hoy básicamente estatistas. Defensa del Estado y poco más. Lo confían todo al desarrollo y a su expansión, no ya sólo para la seguridad, sino como creador de masivas regulaciones, derechos y extracción y redistribución de rentas y patrimonios. Queda la duda de hacia cuál de los dos ejes se dirigen los conservadores. Si el proyecto de Milei sale bien - démosle algunos años para empezar a ver los primeros frutos- se habrá puesto con suerte la primera piedra para una nueva era del liberalismo.
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