No son amigos de los detalles los colectivistas que ahora acometen gobernarnos, como no lo suelen ser los creyentes religiosos ni, en general, los amantes de la verdad absoluta, independientemente de profesar dogmas laicos o clericales.
Según Jordan Peterson, psicosociólogo enfrentado a la marea woke, “la gente desarrolla una visión ideológica del mundo porque no quiere pensar las cosas de manera realmente detallada”. Me parece una frase atinada, pues los ensueños, sobre todo los más grandes, así como todas las simplificaciones de la realidad que caben en el papel, carecen de pormenores. No voy a demonizar aquí la simplificación, que es un procedimiento de la ciencia, y del conocimiento en general, pues para explicar es preciso sintetizar, siendo el caso extremo el de los modelos cuantitativos o matemáticos utilizados en las distintas disciplinas para explicar una determinada porción de la realidad y, en su caso, para realizar predicciones.
Pero, al margen de ello, la realidad, lo real, posee infinidad de detalles. Así lo aseveraba Don Antonio Escohotado para mostrar la diferencia entre el mundo tangible, y aparentemente existente, y la fantasía o los sueños. Revelaría ello lo dañino de las ingenierías sociales, que lo son no sólo de manera intrínseca, sino también en el “modus operandi”; imaginamos un futuro dichoso en forma de utopía, o quimera pura, y olvidamos que la realidad tiene particularidades que resultan definitivas para la conformación de un contexto dado. Pero no son del agrado de utopistas, predicadores y demás enemigos de la libertad, porque esos detalles, en forma de datos, no constituyen apoyo, sino todo lo contrario, para sus delirios o imposiciones y suponen, a la postre, un factor de fracaso de esos proyectos absolutistas.
A pesar de la ausencia de los citados detalles, que casi siempre provocan efectos contrarios a los perseguidos (verbigracia, las paradojas en economía), cualquiera de esos espejismos tiene su vigencia y, en el ínterin, antes del fiasco, crea mucho dolor y cercena libertades. Sus impulsores, como sus acólitos, son inasequibles al desaliento, y es por ello que abjuran de los datos concretos, pues la creencia, o la ideología, es previa e incuestionable. De ahí el desinterés por los datos empíricos, solo apreciados en cuanto puedan corroborar la creencia previa; de este modo, se seleccionan solo aquellos que se avienen con ese objetivo. Y cada vez más, sobre todo en el campo de las Ciencias Sociales, y en especial en el historiográfico, los datos concretos que se van añadiendo no varían el relato por mucho que lo contradigan. Lo más preocupante es la tendencia última a que el procedimiento se vaya incorporando a determinados relatos sustentados en las llamadas “ciencias duras”, que igual ya no lo son tanto y que, en ocasiones, entran en el juego citado a través del denominado “consenso científico”, que no siempre es lo que parece.
Véase, pues, con los ojos bien abiertos y la mente dispuesta, la historia de cualquier programa religioso, social o simplemente político, con especial hincapié en las distopías colectivistas, que continúan vigentes, y analícese su planteamiento, su nudo y su desenlace. Este último suele ser terrible. Por eso dan miedo los susodichos a cualquiera que observe el mundo con los ojos bien abiertos.
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