Burbujas. El diccionario las delimita haciendo hincapié en dos acepciones, relacionada una con su propensión a elevarse y la otra, con una inevitable idiosincrasia tendente al aislamiento. Las hay de distintos tipos. Están las financieras, fuente de muchas zozobras y adversidades y resultado de un tipo de práctica que se ha dado en llamar especulativa. Discurrimos, desde este punto de vista, sobre burbujas como la de los activos tóxicos, que explosionó en 2008, o la de las empresas “punto.com”, pero las hay más antiguas, y entre ellas se suele destacar la de los tulipanes, allá por el siglo XVII, que cumple con todos los requisitos propios del fenómeno.
Hay también burbujas ideológicas y culturales, cuya naturaleza viene siendo objeto de discusión y diatriba. Se trataría, en este caso, de pompas individuales, o casi, creadas por complejos algoritmos para cada navegante digital a partir de sus hábitos en la web, ofreciendo, con ello, un entorno propio que facilita no solo la recepción de publicidad sino también de propaganda y manipulación política. No hay acuerdo sobre ello, pues en este universo de trincheras cada cual arrima la ascua a su sardina y proyecta la paja sobre los otros, ignorando la viga en el ojo propio.
Parece ser, según una de las partes, que los desarrolladores de las redes nos envuelven en una burbuja tecnológica que nos acompaña, nos guía y nos aísla mientras surcamos mares virtuales, siendo esas pompas, denominadas cámaras de resonancia, el resultado de semejante singladura. No todos comparten el diagnóstico y existen estudios recientes que podrían demostrar que esas burbujas son mucho más pequeñas de lo que pensamos.
Sin duda que se percibe polarización si uno trajina las redes. Pero respecto a este debate, haciendo isomorfismo con las llamadas fiebres especulativas, anteriores algunas a la era industrial, como fue el referido caso de los tulipanes, asimismo el sectarismo precede, con mucho, a las redes y la Web, que no existían, por ejemplo, en el siglo IV, ni en la Edad Media, ni siquiera en el siglo XX. Ni Hitler, ni Lenin ni Pol Pot necesitaron de ellas para mover acólitos. De acuerdo que los algoritmos y la burbuja de hoy facilitan la labor de los ultramontanos actuales, y de los liberticidas en general, pero solo son el medio o vehículo de una cualidad preexistente y muy humana: los amigos del club de la verdad absoluta han existido siempre. Hay que buscarlos, hoy, sobre todo entre los que creen en la mentira como arma revolucionaria, que no son solo los epígonos de Vladimir Ilich, pues los hay también del otro lado del espectro. Y, sobre todo, entre esas élites cuya revolución es otra.
Se pregunta uno, por otra parte, si se conciben esas burbujas como integrantes de un mar de las mismas, flotando todas sea cual sea su idiosincrasia concreta, o si se trata más bien de la Gran Burbuja alimentada por los susodichos algoritmos, con algunas variaciones encaminadas a proporcionar apariencia de pluralismo y tolerando algunas burbujas “malas” como método de contraste. Igual la verdad está ahí fuera, pero no podemos acceder a ella sin salir de nuestra burbuja, muy anterior a nuestra era telemática, aunque reforzada ahora en continuidad y consistencia.
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