Esta pasada semana nos hemos encontrado con la subida del salario mínimo interprofesional en un 5%. Es decir, que el que tenga un trabajo estable en estos días, cobrará como mínimo catorce pagas mensuales de 1.134 euros. Hemos podido comprobar como, llenos “de orgullo y de satisfacción”, los artífices de esta subida manifiestan sus logros en el aspecto de la mejora en los salarios. Ha venido a mi memoria aquellos años de mediados de los 60 en los que participé en una negociación de salarios a mis apenas 20 años. Trabajaba por entonces en Intelhorce, la tristemente desaparecida industria textil malagueña, y había sido elegido miembro del Comité de Empresa por el grupo de administración. Como era el más joven de todos fui designado secretario del mismo. En aquellos días se negociaba un convenio y recuerdo cual era una de las reivindicaciones que llevamos al Consejo de Administración de la empresa, presidido por un preboste que apenas conocía la fábrica. Entonces se solicitaba el aumento del salario mínimo diario de 90 a 91 pesetas. Creo que se consiguió. Nada ha cambiado. Seguimos lo mismo. Si suben el salario un 5% y el coste de la vida un 6% aproximadamente, nos quedamos prácticamente igual. Así que basta de presumir que ganamos un 50 % más que hace cuatro o cinco años. Nos cuesta lo mismo –o más- llegar a fin de mes. Me recuerda la anécdota de aquel comerciante “avispado” que decía vender más calcetines que nadie. Los compraba a 5 y los vendía a 4. ¡Pero vendía muchos! Tardó poco en arruinarse. Me siento incapaz de impartir clases de macroeconomía. Pero creo que la solución no estriba en trabajar menos y cobrar más. Sino en rendir el máximo y que mejoremos la producción, respiren las empresas y seamos más competitivos con los países emergentes que nos están dando sopas con honda. En todo este lío se intuye una “buena noticia”. Vivimos mucho mejor que en aquellos años 60. Hemos pasado del Vespino a la Honda, del 600 al coche híbrido. Tenemos vacaciones para más gente y nos acercamos bastante al estado del bienestar. Los bares y restaurantes están llenos. Pero no para todos. El paro sigue estando ahí y la solución no está en la subvención, sino en la promoción del empleo mediante la formación de los jóvenes y el apoyo a los emprendedores. No a los especuladores ni a los buscadores de “paguitas”. Desgraciadamente añoramos aquella Málaga industrial donde se confeccionaban pantalones para toda España, lencería para toda Europa desde el Valle del Guadalhorce, prendas infantiles para todo el mundo, y en todos los pueblos del interior, pequeñas talleres textiles vivían de rematar el trabajo de aquella pujante ciudad industrial que tenía algo más que turismo y museos. Para volver a esa situación no hacen falta chimeneas. Pero sí apoyo al 2º sector que tan bien nos fue en su día.
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