Si bien la poesía siempre será un asunto de grandes minorías, no debemos dejar de subrayar que la única verdad en literatura se conduce mediante ella. Este género posee una luz propia, en donde la sensibilidad e intelecto se fusionan en una sola vía de expresión que no admite mentiras, menos medias verdades, tal y como lo dijo Johannes Pfeiffer en su maravilloso librito La poesía.
Bajo este escenario, la tradición poética peruana se ubica entre las mejores del mundo. Una revisión a la misma arroja resultados que conmocionan y escarapelan: las listas de poetas y poemarios que podemos armar por periodos y gustos personales son un desafío estimulante a la memoria y formación lectora. Esa es una de las razones de tantos debates y polémicas en torno a la poesía peruana (antologías, ediciones críticas, posición en las encuestas, festivales, reseñas, entrevistas, etc.), no es para menos: sin esta tradición, la literatura peruana quedaríadiezmada.Imaginémosla sin ese peso.
En nuestro panorama contemporáneo, la poeta Rossella Di Paolo ha brillado de manera particular: la crítica y la lectoría han estado de su lado, para empezar; a ello sumemos la construcción de un perfil que le ha permitido cuidar una poética que ha transitado lejos de las controversiasy de las entendibles campañas de posicionamiento. En casi cuarenta años de ejercicio poético, ha publicado cinco poemarios (Prueba de galera de 1985, Continuidad de los cuadros de 1988, Piel alzada de 1993, Tablillas de San Lázaro de 2001 y La silla en el mar de 2016), un número modesto pero que nos da una idea sustentada de su no apuro por publicar (la tentación para la mayoría de poetas). Los reconocimientos recibidos, aunque no abundantes, no dejan de ser significativos: en 2020 la Casa de la Literatura Peruana le otorgó su prestigioso homónimo premio y en 2022 la imprescindible revista Martín le dedicó su edición 35.
En este sentido, la aparición de Poesía reunida, 1985 – 2016 del Fondo de Cultura Económica, resulta importante porque presenta a Di Paolo en el imaginario lector hispanoamericano. Sobre su propuesta, Ana María Gazzolo indica lo siguiente en el prólogo: “Su poesía ha ido diseñando el mundo en el que habita un ser que solo se explica y se justifica por sí mismo”. En esta coordenada, Di Paolo exhibe un registrodiáfano en su morfología e inteligente/sugerente en su contenido. Dicho de esta manera, parece un proyecto a desmontar sin dificultad, pero así son las plumas sólidas, hacen creer que la epifanía viene por generación espontánea.
Al respecto, la lectura cronológica de estos cinco poemarios suscita una especulación: en algún tramo de su vida, Di Paolo decidió no contaminar su mirada. A saber, ha escrito de los mismos temas que sus compañeras y compañeros generacionales (la relación con la palabra, el erotismo, el amor, la pérdida, la casa como refugio, la crítica social, etc.), pero cada título suyo está libre de la atadura contextual o del discurso colectivo, es decir: a lo largo de su trayectoria, Di Paolo no ha dejado de ser dueña de su agenda poética. En el cuidado de esa mirada, yace la singularidad / insularidad / atemporalidad de su obra. Por ejemplo: ¿acaso Piel alzada —poemario aplaudido— no se leería mejor hoy?
Por ello, hay que celebrar la presente publicación. Es la consagración editorial de una estupenda poeta que no se la cree por la sencilla razón de que respeta la pureza de la palabra escrita. Además, este es, bajo todo punto de vista, un libro que se espera del FCE, que aparte del que nos ocupa, ha presentado también Canto Villano. Poesía reunida 1949 – 1994 de Blanca Varela y Todo lo guardo en mis ojos. Poesía reunida (1967 – 1972) de María Emilia Cornejo. Estaríamos, entonces, ante una colección consagrada a poetas mujeres legitimadas por la calidad. No debería haber prisa por la siguiente joya de la Corona.
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