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«Los judíos actuaron como transmisores del conocimiento durante la Edad Media en España»

Entrevista realizada a la escritora y filóloga madrileña, Paloma Díaz-Mas, tras la publicación de su último libro
Herme Cerezo
miércoles, 17 de enero de 2024, 10:33 h (CET)

Que el tema de los judíos despierta curiosidad, tal vez con más fuerza ahora mismo por circunstancias coyunturales, resulta innegable. Dejando a un lado la guerra que asola los territorios de Gaza actualmente, en el Museo del Prado se ha clausurado hace pocas fechas una exposición sobre los judíos con enorme éxito, que puede haber contribuido también a acrecentar el interés por la vida del pueblo hebreo. Tal vez por todo ello y sin premeditación alguna, no ha podido ser más oportuna la publicación del libro ‘Breve historia de los judíos en España’, editado por Catarata, de la escritora madrileña Paloma Díaz-Mas, donde en poco más de doscientas páginas se ofrece una panorámica, amena y detallada, de la vida de los judíos en la Península Ibérica a lo largo de los siglos. Fue una tarde de la segunda quincena del pasado mes de diciembre, cuando pude conversar con su autora, escritora y filóloga, catedrática de la Universidad del País Vasco, investigadora del CSIC, académica de la Real Academia Española y especialista en cultura sefardí, a la que ha dedicado una buena parte de su obra escrita. Y, si tras leer el libro tuviera que definirlo con una sola palabra, elegiría divulgar o divulgación. Creo que es el término que mejor recoge el objetivo de esta ‘Breve historia de los judíos en España’. Sin duda. Con el piloto rojo de la grabadora encendido, comenzamos a conversar.


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Paloma, a lo largo de tu carrera has publicado varios libros sobre los judíos, ¿de dónde arranca tu interés por la cultura judía, más concretamente por los sefardíes?

Mi acercamiento hacia los sefardíes se produjo a través de la lengua y la literatura. Yo estudié Filología Románica y, cuando se abrió la Facultad de Ciencias de la Información, empecé Periodismo. Y fue para un trabajo, que a una compañera y a mí nos dio por hacer un reportaje sobre la comunidad judía de Madrid. Luego supe que en el CSIC existía un pequeño grupo de investigadores dedicados a estudiar la literatura sefardí y me interesé en ello, tanto que mi tesina y mi tesis doctoral versaron sobre textos sefardíes. Desde entonces he seguido trabajando sobre ellos a partir del momento de su expulsión, centrándome especialmente en las comunidades de la diáspora y en la literatura en judeoespañol.


Acabas de publicar ‘Breve historia de los judíos en España’, una interesante obra de divulgación sobre la cultura judía. En la actualidad, ¿existe mucho interés por este asunto?

He escrito este libro porque me lo propuso la editorial Catarata, interesada en contar en su catálogo con una historia de los judíos en España. Desgraciadamente, hoy, por el ataque de Hamás en octubre pasado y, afortunadamente, por la inauguración en el Museo del Prado de la exposición El espejo perdido. Judíos y Conversos en la España Medieval, creo que existe curiosidad por este tema. Es inevitable que, cuando algo se pone de actualidad, haya gente que quiera saber más cosas. Sin embargo, pienso que esta curiosidad arranca de antes, concretamente desde que en el año 1992 se conmemoró el V centenario de la expulsión de los judíos. Desde entonces, tanto a nivel estatal como autonómico o local, existe un deseo de conocer cada vez mejor nuestro pasado y comprobar que, tanto judíos como musulmanes, ocupan un lugar destacado en nuestra historia.


Algo que me llama la atención es que los judíos, a pesar de su diáspora, han conseguido mantener viva su historia y su identidad, lo que me parece de un mérito tremendo.

Bueno, lo cierto es que los judíos nunca tuvieron poder hasta la creación del estado de Israel. Por ejemplo, durante la Edad Media en la Península Ibérica solo hubo reinos cristianos y musulmanes. Tanto en Al-Ándalus como en los territorios cristianos, los judíos constituían una minoría en gran medida sometida. Los monarcas, además, los consideraban de su propiedad. Por tanto, de alguna manera, eso explica su proceso histórico. Y lo cierto es que esa idea de mantener a toda costa la conciencia de la judeidad ha variado a lo largo del tiempo. Durante muchos siglos, ser judío significaba ser practicante de una religión. El elemento religioso era el que proporcionaba la cohesión al judaísmo. Sin embargo, desde el siglo XIX para acá, la cosa ha cambiado notablemente. Hay gente que no es practicante, pero que se siente judía. Y eso es algo relevante, porque significa tener conciencia de poseer una identidad basada en una tradición secular, transmitida de generación en generación.


Durante la Edad Media y hasta su expulsión, convivieron en nuestro país musulmanes, judíos y cristianos. Con frecuencia nos han contado que fue una convivencia modélica, pero ¿fue así en realidad?

Bueno, ahora más que convivencia los historiadores prefieren hablar de coexistencia, que es una cosa bastante diferente. Es cierto que convivían musulmanes, cristianos y judíos, pero también lo es que, como en todas las sociedades, hubo conflictos. No era una situación idílica. La idea de la convivencia se ha idealizado mucho, especialmente en Al-Ándalus, donde judíos y cristianos fueron minorías sometidas en los reinos musulmanes. Hay dos momentos especialmente notorios en la época de los reinos de taifas: la llegada de los almorávides, primero, y la de los almohades, después, que, en principio, venían a ayudar a los soberanos en sus guerras, pero que en realidad implantaron un régimen mucho más integrista, con persecuciones a los judíos y cristianos que habitaban su territorio. En el caso de los hebreos, el otro momento clave fue 1391, año en el que se produjeron saqueos y matanzas tanto en Castilla como en Aragón y Mallorca. Lo que resulta innegable, sin embargo, fue el fructífero intercambio cultural que hubo, pues los judíos, que dominaban la lengua musulmana, actuaron como transmisores de la ciencia árabe que, de este modo, llegó a los reinos cristianos. Muchos reyes y nobles contaron con médicos y cartógrafos judíos, que jugaron un papel importante en los descubrimientos geográficos. En fin, que no fue una balsa de aceite, pero sí hubo intercambio de conocimientos.


Has comentado que los judíos eran considerados como propiedad del rey, un aspecto realmente curioso y relevante por su significado.

Los brotes de violencia que he aludido antes, en ocasiones vinieron provocados por esta causa. Al ser considerados los judíos propiedad real, se les atacaba como una forma de hacer daño al rey, cosa que estaba totalmente prohibida. Fue una práctica muy frecuente, empleada por parte de la nobleza en momentos de enfrentamientos contra sus reyes, y también en tiempos de revuelo social.


Los judíos vivían en las llamadas aljamas, o más específicamente las juderías. Las aljamas disfrutaban de un funcionamiento autónomo, con administración y autoridades propias. Eran como una ciudad dentro de otra ciudad más grande. ¿Cómo se integraban las aljamas en el gobierno municipal?

Sobre este asunto hay que tener varios aspectos en cuenta. Hasta el año 1480, en España no fue obligatorio que los judíos vivieran juntos en un mismo barrio. Si se agrupaban era porque de este modo disponían de una serie de servicios, como la sinagoga, las carnicerías o la escuela, mucho más accesibles. Es el mismo caso de los oficios medievales, cuchilleros, zapateros, etcétera, que se juntaban en una misma calle, como aún podemos comprobar en los cascos viejos de las ciudades.


Los conceptos de judería y aljama eran distintos. Si lo transportamos a nuestra realidad actual, la judería sería como una urbanización y la aljama una finca de copropietarios. La aljama era la estructura administrativa que les permitía gestionar sus fiestas, sus cultos, la educación de sus hijos y también la justicia. Pero esta organización no entraba en conflicto con el resto de las instituciones ciudadanas. En ocasiones surgían problemas, sobre todo porque los reyes imponían unos impuestos muy altos a las aljamas y éstas trataban de negociar alguna rebaja, o cuando algún magistrado castigaba a un judío protegido por el rey. Pero en general eran casos puntuales.


Entonces, ¿los judíos carecían de representación en los consejos de las ciudades medievales?

Los judíos no formaban parte de la gestión municipal. Precisamente, más adelante surgieron conflictos cuando algunos conversos ocuparon puestos importantes en la administración local, ya que por su nueva condición sí que podían acceder a esos cargos. Es significativo que el primer proceso inquisitorial tuvo lugar en Sevilla y allí hubo 24 condenados a muerte, entre los que había concejales conversos. También en Toledo, en la aplicación de los estatutos de limpieza de sangre, se produjo una situación parecida, aunque en este caso el motivo fue una cuestión de recaudación de impuestos, que provocó que la gente, descontenta, atacase la casa del recaudador, otro converso.


En el texto he encontrado la palabra trujimán o trujamán, que significa traductor o intérprete. Eso me lleva a preguntarte por el papel que desempeñaron los judíos en la Escuela de Traductores de Toledo, pues según tu libro fue muy importante.

Generalmente, la función de traductor o de intérprete conllevaba ciertas funciones diplomáticas y, con frecuencia, el trujamán del rey se encargaba de entablar negociaciones con otros monarcas en su nombre. Hubo muchos judíos cultos en los reinos cristianos. Dominaban la lengua común, la vulgar, el castellano, el catalán y el portugués. Por su propia condición hablaban hebreo y, muchos de ellos, sabían árabe, lo que les colocaba en una posición óptima para traducir textos de astronomía o medicina, muchos de los cuales procedían de libros griegos u orientales. Se especializaron en obras científicas, pero también disponemos de biblias traducidas por judíos para uso de los cristianos, como la Biblia de Alba. El procedimiento consistía en que el judío traducía en voz alta a un cristiano quien, en el caso de la Escuela de Traductores de Toledo, lo ponía en latín. En época de Alfonso X se traducían a lengua romance. Sin duda que ese fue uno de sus momentos culminantes, puesto que actuaron como transmisores del conocimiento de la época.


A lo largo del tiempo a los judíos se les ha acusado de recaudadores abusivos, usureros, deicidas… Muchos de ellos hubieron de recurrir a las conversiones forzosas, nada sinceras, para sobrevivir. Con la Inquisición, su situación se agravó todavía más.

La cuestión del antisemitismo tiene tres fases: en primer lugar, el antijudaísmo religioso, que surgió cuando el cristianismo se separó del judaísmo y se construyó toda la historia de que el Mesías había venido y el pueblo judío no lo había reconocido como tal, siendo además acusados de deicidas porque lo mataron; en segundo lugar, existe un antijudaísmo económico, surgido por rivalidades comerciales con los cristianos, que les acusarán de usureros; y en tercer y último lugar, la aparición en el siglo XIX del antisemitismo racista propiamente dicho. Así que, efectivamente, sí existe una historia del antijudaísmo y, con relación a los conversos, no cabe duda de que tuvieron motivos suficientes para convertirse. Y a finales del siglo XIV también hubo gente que se convirtió sinceramente. Fueron personas que llegaron a la conclusión de que la religión cristiana era la verdadera, que se constituyeron en propagandistas del cristianismo entre sus propios hermanos judíos y que, incluso, escribieron textos sobre este asunto. Pero el momento clave fue el año 1391, cuando se produjo una oleada de matanzas y asaltos a juderías. Ello provocó muchas conversiones a la fuerza, pasando los supervivientes a vivir como criptojudíos, es decir, judíos a escondidas. El alto número de conversos registrado en Andalucía suscitó en los Reyes Católicos la idea de crear la Inquisición, para inquirir e investigar la autenticidad de tantas conversiones.


PORTADA PALOMADIAZMAS


Cuentas en ‘Breve historia…’ que las órdenes mendicantes, franciscanos y dominicos, surgieron en las ciudades, como consecuencia de las necesidades espirituales de sus habitantes. Al mismo tiempo, indicas que sus prédicas iban dirigidas muy especialmente contra los judíos. ¿Podemos llegar a pensar que las matanzas de hebreos en la Edad Media fueron, en parte, consecuencia de estas prédicas?

Sí, de hecho, es muy importante toda la labor propagandística que, desde el siglo XIII, desarrollaron esas órdenes religiosas. Dominicos y franciscanos surgieron en el tiempo en que las grandes ciudades empezaron a desarrollarse. Por ello construyeron los conventos en su interior, frente a un mundo rural que estaba perdiendo importancia. Su predicación sistemática contra los judíos, difundiendo ideas como el antisemitismo, la consideración de deicidas, la necesidad de conversión y su cerdilidad por su negativa a ello, construyó un discurso que provocó la aparición de una mentalidad muy antijudía. Y ese discurso se difundió a través de las redes sociales de la época, es decir, las predicaciones en templos y calles, que era precisamente una de las funciones fundamentales de estas órdenes. Tú, que eres valenciano, seguro que conoces la importancia que tuvo Vicente Ferrer en este sentido. No podemos olvidar, y volvemos a lo mismo, que también entró en juego la incomodidad del pueblo por los impuestos y abusos de los poderosos, focalizada en los judíos, servidores de los reyes y recaudadores de impuestos. Tampoco podemos dejar de lado el detalle de que los dominicos fueron los responsables de la Inquisición, lo que demuestra su importancia.


El decreto de expulsión del año 1492 provocó la salida de la península de muchos judíos. Se marcharon sin dinero ni bienes hacia un destino incierto. Desde el punto de vista económico, la expulsión no fue un buen negocio, puesto que los reyes perdieron una de sus propiedades importantes, los propios judíos, al tiempo que dejaron de recaudar los impuestos que ellos y sus aljamas les pagaban.

Da la sensación de que las ideas que afirman que la expulsión tuvo una motivación económica no son ciertas. En Francia, un siglo antes, habían expulsado a los judíos, pero allí el rey sí confiscó sus posesiones. Sin embargo, en Castilla y Aragón se inmovilizaron sus bienes y cada lugar nombró una comisión que determinó qué hacer con ellos y con sus deudas a la corona y otras instituciones. Eso produjo una situación desmadrada, porque en cada sitio se impusieron criterios diferentes a la hora de actuar. Creo que el motivo real de la expulsión fue la religión y el deseo de los Reyes Católicos de crear un país unificado, uno de cuyos elementos fundamentales iba a ser la unidad religiosa. De hecho, tras la conquista de Granada a los musulmanes se les permitió quedarse, pero un siglo más tarde se les expulsó, tras vivir un tiempo cada vez más restrictivo y con mayores prohibiciones. Sin duda, el argumento de que los monarcas pretendían conseguir sus objetivos políticos, en detrimento de los económicos, resulta muy convincente.


En el vocabulario de la Inquisición se usa frecuentemente la palabra relajar, que significa entregar un reo al brazo civil para su ejecución. Nada que ver con el uso que aplicamos a esta palabra en nuestros días.

Eso quizá provenga del término latino relapsus, que significa entregado. Relajarse es como entregarse. Ocurría que la Inquisición juzgaba y condenaba, pero no ejecutaba. A los condenados a muerte los ponía a disposición de la justicia civil usando la frase conocida de «relajado al brazo secular». Y ese hecho implicaba la existencia de una estrecha colaboración entre la Inquisición y el poder civil, que era quien se encargaba de ajusticiar en aquellos tiempos.


La Inquisición creó una red de informadores y delatores, los llamados familiares, que sembraban un clima de pánico entre la población. No debió resultar fácil vivir en esa época.

Sí, se creaba un ambiente de delación por todas partes. Simplemente porque no saliera el humo por la chimenea un sábado, que es cuando los judíos celebran el Sabbath y no trabajan, cualquiera podía denunciarte. Vivían disimulando y amedrentados continuamente. Hubo gente procesada por detalles nimios y, lo peor de todo, es que muchas veces los detenidos ignoraban de qué se les acusaba y quién era su delator. Entonces, para demostrar su inocencia, tenían que imaginar cuáles eran las acusaciones y, muchas veces, incurrían en errores que les costaban muy caros.


En 1868, a través del decreto de libertad religiosa se autorizó el regreso de los judíos, aunque para entonces ya había algunos viviendo en España. ¿El decreto de expulsión de 1492 se ha derogado alguna vez?

Generalmente, en España cuando se promulga una ley, siempre se incluye en el final una disposición derogatoria, que informa de que quedan derogados todos aquellos decretos o leyes que contravengan la nueva ley. Ahora bien, hay gente que continúa pidiendo que se derogue el decreto de expulsión de los judíos. Y lo cierto es que está derogado por un montón de leyes, incluida la Constitución de 1978. En realidad, si tuviéramos que derogar toda la legislación de la Edad Media nos pasaríamos la vida aboliendo leyes. Desde el punto de vista del Derecho, creo que carece de sentido derogar expresamente ese decreto y no otros, como por ejemplo el de la expulsión de los moriscos. Creo que los que la piden lo hacen puramente por una cuestión simbólica.


Entre los judíos expulsados, los sefardíes, a lo largo del tiempo se ha desarrollado el judeoespañol, un idioma que mezcla castellano, gallego, catalán y otros idiomas, una especie de lengua koiné.

El judeoespañol no es una lengua unificada. Presenta muchas variedades, como por ejemplo, la correspondiente a la zona del Mediterráneo oriental, Turquía y los Balcanes, o la de Marruecos, muy influenciada por el árabe marroquí. Su base es el castellano, con elementos de otras lenguas peninsulares y también con muchas influencias del turco, griego o búlgaro, en función de la zona en que se habla. En la página Sefardiweb, un proyecto que yo dirigí en el CSIC, hay un apartado que incluye audios y vídeos sefardíes, en los que se puede escuchar judeoespañol, tanto hablado como cantado.


A finales del siglo XIX y comienzos del XX se restablecieron las relaciones entre los sefardíes y España. Ángel Pulido, un médico y senador, se convirtió en el personaje clave para que este acercamiento fuera posible.

Ángel Pulido fue un senador liberal moderado, discípulo de Castelar. En el liberalismo español del XIX existía una corriente de interés hacia los sefardíes. En un viaje por el Danubio, Pulido trabó amistad con un sefardí que era profesor en Bucarest, donde se estudiaba rumano y judeoespañol. A su regreso, pronunció un discurso en el senado en el que propugnaba el acercamiento de relaciones entre los sefardíes y España, que tuvo mucha repercusión en la prensa. Publicó dos libros sobre este asunto y el segundo de ellos, ‘Españoles sin patria’, recogía un montón de cartas que había intercambiado con sefardíes de todo el mundo. Su actitud provocó que una serie de intelectuales se interesaran por este tema y dieran origen a una corriente de filosefardismo español. Pulido estaba convencido de que los sefardíes habían mantenido el castellano por su amor a España, cuando en realidad lo hicieron porque era su lengua. Y esta idea todavía perdura, hasta tal punto que hay gente que no siente una simpatía especial hacia los judíos, pero sí hacia los sefardíes.


Asomémonos un poco a la Guerra Civil. Un quince por ciento de judíos formaron parte de las Brigadas Internacionales, donde llegaron a contar con la llamada Unidad Botwin, íntegramente compuesta por hebreos. En contraposición, hubo judíos que apoyaron a los sublevados. Cuando concluyó la contienda, las comunidades judías en España prácticamente habían desaparecido.

En la península hubo todo un discurso que presentaba la Guerra Civil como una campaña contra el judaísmo internacional. Un claro ejemplo de ello lo tenemos en los discursos de Queipo de Llano. Sin embargo, en el protectorado de Marruecos, las comunidades judías mantuvieron una buena relación con el ejército del que, en ocasiones, eran sus proveedores. De este modo, cuando comenzaron las colectas a favor de los sublevados, contribuyeron con su dinero. Unos judíos lo hicieron por propia voluntad y otros porque no tenían más remedio. En un contexto de guerra como aquel, en el que se fusilaba continuamente, a ver quién era el guapo que les negaba ayuda.


Citas en ‘Breve historia…’ a un judío destacado, llamado Isaac Alcheh y Saporta, que era masón. ¿Existía alguna vinculación especial entre la masonería y el judaísmo?

La masonería era una institución que en el siglo XIX alcanzó mucha relevancia en toda Europa y hubo judíos que fueron masones. Pero no solo ellos, porque a principios del siglo XX, tal vez como reacción al poder que en aquellos momentos detentaba la Iglesia, muchos progresistas, políticos e intelectuales, ingresaron en la masonería. Isaac Alcheh, que vino a nuestro país a obtener la nacionalidad española para unos judíos de Salónica, además de ser director de una escuela de comercio y tener relación con la Institución Libre de Enseñanza, pertenecía en su ciudad a una logia masónica muy vinculada al Gran Oriente Español, a una de cuyas reuniones asistió personalmente.


Durante la II Guerra mundial, España no fue tierra de refugio para los judíos, pero sí permitió su paso para huir a otros lugares, como Hispanoamérica o el Norte de África.

No mojarse era una postura muy típica del franquismo. Las autoridades españolas no querían que se establecieran colonias de judíos en la España nacional católica. Sin embargo, sí les permitieron pasar, aunque por turnos. Llegaba un cupo y, hasta que no se iba, no entraba otro, con lo cual hubo gente que quedó atrapada en la frontera con Francia y que conoció un trágico destino. No se sabe cuántos judíos pasaron por la península con exactitud, pero se manejan cifras en torno a los veinte mil.


Terminamos por hoy: ¿llevas ya en marcha nuevos proyectos literarios?

En los próximos meses aparecerá una nueva novela mía, que será mi décima publicación en la editorial Anagrama. Pero yo seguiré escribiendo, porque soy una escritora de fermentación lenta, como el pan. Mis libros suelen costarme entre tres y cuatro años, ya que escribo muy a mi aire, pausadamente, sin ponerme objetivos.

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