Los mayores a veces tenemos la tentación de vivir como cuando teníamos cuarenta años.
Entonces cometemos un gran error. El ser humano está planificado maravillosamente para vivir una serie de años. Pero no siempre de la misma manera. Los medios de comunicación nos bombardean a diario con información que te invita a pasar del abandono a una fácil manera de volver a la juventud. Los mayores nos vemos embarcados en el discernimiento entre lo que nos dicen y la realidad. A veces caemos en el error de hacer caso a los cantos de sirena y actuar de una manera alocada. La realidad de los hechos nos pone a todos en nuestro sitio. Es corriente ver como personas, al parecer sensatas, transforman sus caras con tratamientos aberrantes que les convierten en una especie de muñecos inflados. Se trasplantan y tiñen cabellos, se estiran pieles colgantes, se visten de una forma estrafalaria y se vuelven a poner “en el mercado” a la espera de aventuras fáciles y relaciones de difícil culminación. Yo mismo he pretendido volver a las aulas con el ímpetu de unos jóvenes recién salidos del bachillerato y con las mentes frescas. El choque ha sido brutal. Los exámenes finales del cuatrimestre casi me han costado una enfermedad y me ha invadido una sensación de impotencia rayana en la depresión. La memoria cercana necesita de unas neuronas frescas y no fatigadas por el paso de los años. Todos sabemos como recordamos fácilmente lo que vivimos hace 50 años y olvidamos donde hemos dejado las gafas (que por cierto llevamos puestas). Esta penosa, aunque necesaria, sensación de impotencia, me ha hecho bajar los humos y volver a la auténtica realidad. Los mayores no debemos quedarnos parados, sino movemos a otra velocidad más acorde con nuestras posibilidades. Así que si no consigo superar las diez asignaturas de este curso, habré aumentado mis conocimientos histórico-geográficos de una forma notable. Además, me habré sentido útil para transmitir la experiencia propia de mi provecta edad a media centena de jóvenes bastante brillantes a mi entender. Como conclusión. Debemos medir nuestras fuerzas. Decía el “Divino Impaciente” de Pemán: “No hay virtud más evidente es hacer sencillamente lo que tenemos que hacer”. Me aplicaré el parche.
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