Procuren que no despierte, porque a muchos políticos se les acabaría el chollo. Si despertara, resultaría que lo del actual modelo de imperialismo y la globalización, entre otras estrategias de dominación de la minoría económica, pasarían a la historia, ya que el olvidado pueblo tomaría el control de la política, sin interferencias foráneas. Esto supondría, entre otros aciertos, que por aquí se acabarían las imposiciones de la burocracia externa y se trabajaría por los verdaderos intereses del país.
Semejante invocación, por el momento, es pura utopía, porque las gentes, entregadas al consumismo y al mundo virtual, que ponen en escena las televisiones y todo el entramado que gira en torno a los servicios de gran parte del mercado de internet, no está por la labor. Conviene recordar, no a los que mandan, porque solo hacen su papel en el escenario, pero sí a los asesores de los que se nutre la burocracia política, asalariados con los fondos públicos, que les mantengan despiertos y ellos mismos no bajen la guardia, porque nada es imposible. Pudiera ser, aunque improbable, que en cualquier momento asesores y asesorados se quedaran sin empleo.
Al hilo de lo que se observa, parece que al imperialismo americano, por un lado, y a su sucursal europea, por otro, les ha salido algo así como lo que en términos humanos se llamaría un furúnculo, por el momento no demasiado molesto.
Respecto al primero, con lo de Ucrania, se ha encontrado con un serio competidor por la hegemonía europea y, pese a sus esfuerzos, el asunto se le complica con el paso del tiempo. A estos señores del imperio occidental, sin duda, les parece poco representar a los controladores del dinero del mundo e imponer a los subordinados lo que se llama su cultura de naturaleza cinematográfica, hecha a base de imágenes de colorines para entretener al personal en ratos de ocio, además exigen fidelidad a los súbditos en sus aventuras bélicas. Ante el auditorio, no es de recibo que la burocracia política continental trague con embarcar a las gentes en un conflicto de consecuencias impredecibles para salvar la honrilla de este imperio, puesto al servicio de quien maneja las finanzas del mundo. Incluso al propio imperio puede sucederle que el coste de asumir el papel le resulte demasiado elevado. En este punto, por aquí, impera cierta dosis de prudencia, porque los que mandan se limitan a guardar las formas y a colaborar a su manera, mientras que otros dan la cara y pierden la vida por, según dice la propaganda, salvar al continente de las ambiciones de otro aspirante a figurar como imperio único. Afectado por todo esto, el pueblo acabará despertando.
Hay algo más evidente y cercano que anima al despertar del pueblo. Se trata de la sucursal del imperio, dedicada a comprar políticas con dinero, resulta que ahora se enfrenta al asunto de las tractoradas, algo que no parece controlarse fácilmente por la vía de los fondos habituales para tener al personal del lado de sus intereses. En este asunto, su discutible actividad dirigida a mangonear, ahora difundida a pie de calle, está tocando la fibra sensible del personal local. A la vista está que algunos sectores de la economía tradicional de este país —además de sus vecinos—, hartos de que les pisen y algo más, han decidido llamar la atención de la gente sobre el gobierno de la UE, invocando menos burocracia y más realismo social en su actuación. La actitud contestataria de las tractoradas quizás sirva para poner de manifiesto que el hecho de que se lleguen a escatimar las remesas a los que disienten ya no mete miedo, porque han pasado a segundo plano, arrolladas por cuestiones de pura supervivencia. Con lo que empieza a haber riesgo de que los fondos a repartir, base del poder de la sucursal del imperio, pierdan gran parte de su valor como instrumento de convicción para engatusar a la ciudadanía —al menos a una parte de ella—, y lo que es negocio para sus mandantes y demás socios se resienta. Al fondo de ese clamor, al que se adhieren muchas personas, más allá de protestar contra el mangoneo, hay algo más trascendente, se escucha la voz del pueblo que reclama ser él mismo, velar por sus propios intereses sin injerencias puramente mercantiles, dirigidas a satisfacer grandes negocios empresariales.
La realidad viene a desmontar lo del maquillaje político, asistido con esa bonita frase de trabajar en interés de la población, a la que, por otra parte, se la exige nuevas obligaciones cada día. En definitiva, obligaciones que se corresponden con sumisión. Y esta última ha sido comprada con dinero. Pese a los supuestos beneficios de la pertenencia a la UE y sus bondades, parece ser que hay quienes empiezan a darse cuenta, entre otras cosas, de que demasiada ecología, medio ambiente o muchas medidas sanitarias son la parte propagandística del hacer con la mirada puesta en su finalidad mercantil. La realidad es que en todo ello se imponen los intereses comerciales de las grandes empresas, la desatención a los usuarios y el negocio a cualquier precio. Lo peor para la sucursal del imperio es que se tome conciencia generalizada de que no es más que un producto de mercado, tal como empezó su andadura, para atender intereses empresariales multinacionales, que aspira a tomar el control absoluto de la política del continente vendiendo falso bienestar a las gentes.
De momento, pese al barullo ocasional provocado por las tractoradas, todo está bajo control, pero ojo al parche, porque esto solo son pequeños avisos para quien quiera entenderlos. Si la cosa se sale de control, puede suceder que el pueblo despierte y se sacuda la tutela de unas elites de medianas dimensiones que le tienen engañado, olvidado y solo miran por sus propios intereses. Para evitarlo, escuchen las protestas, recojan el aviso, aprendan la lección y moderen la soberbia propia de cualquier usuario del poder.
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