«Y de pronto puede tronar el cielo. Caer la lluvia. Puede venir la primavera. Allá te acostumbrarás a los “derrepentes”, mi hijo», escribió Juan Rulfo en su inolvidable libro Pedro Páramo.
Y así es. De pronto oigo truenos en el cielo y aquello que eran suposiciones mal intencionadas se convierten en realidades. Escucho en los noticieros que los que han mostrado su mayor oposición a prostituir la separación de poderes con indultos y amnistías a la carta, el PP, resulta que ahora estarían dispuestos a dar el indulto a Puigdemont. Con condiciones según ellos. Igualmente escucho que se trató la posibilidad de la amnistía pero que se rechazó al no ser viable constitucionalmente. Así, con todas las letras y toda la desfachatez vergonzante que puede arrastrar tras de sí.
Parece que estamos de rebajas. La cuestión es vender el género para colocar en el expositor nuevos tenderetes. Pero esta vez que sea de color más azulado y con gaviotas revoloteando por los cielos impolutos de los santificadores. Como postales de cayetanos beatos donde lo que antes se veía imperdonable ahora se convierte en una absolución de los pecados.
Así, con esos «derrepentes» de los que hablaba Juan Rulfo, se me dibujan en la memoria los grafitis de Jean-Michel Basquiat, ese morenito nacido en Nueva York de ascendencia haitiana, que se pasó por la piedra a Madonna, y que en todas y cada una de sus obras dio rienda suelta a su desencanto con las estructuras sociales, políticas y económicas. Actitudes pictóricas que mostraban su descontento frente a la sucia política y al establishment. Creaciones a base de garabatos y aerosoles en los que plasmaba su anagrama SAMO: ‘SAMe Old shit…’ La misma mierda de siempre. Para que nadie se equivoque. Para dejar claro su pensamiento. Porque nada cambia en el mundo corrupto de los oportunistas políticos. En esa voracidad de los jinetes de la Apocalipsis que hacen borrar las lindes entre el bien y el mal, según la conveniencia y la necesidad para llegar a ostentar el poder. Son las tierras estériles que han pisoteado nuestros representantes en las urnas de baja catadura moral y que las han convertido en eriales. En páramos de tierra sedienta y cuarteada. En hectáreas de terreno donde se ha fomentado, por encima de todo, la incultura, y donde se ha pretendido anular el sentido crítico e individual de cada ciudadano frente al dirigismo político. Hay que repartirse la tarta como sea. Los de arriba, sí. Los de la cúspide. Los del asiento en el congreso y en las determinadas diputaciones. Y si para eso hay que dar la amnistía o indultar a quien se salta las leyes que nosotros mismos hemos elaborado, pues no pasa nada. Porque igual que se hace una ley se deshace a medida, como los sastres hacen los trajes de nuestros representantes políticos. A medida, en talla y envergadura. Lo que haga falta.
Vemos continuamente en la televisión la cantidad de dinero despilfarrado en lo superfluo. En dirigentes políticos que viajan por todo el mundo con su séquito y su paquete de periodistas costaleros dilapidando el dinero de los impuestos. Vemos como algunos incluso se atreven a fundar embajadas de un país ficticio. A residir en Waterloo a cuerpo de rey. A crear oficinas en los mejores barrios de las capitales extranjeras para difundir el odio nacionalista. A establecer negocios turbios con enemigos sempiternos de la Unión Europea. A pagar con el dinero del erario las continuas fiestas identitarias. Pero no pasa nada porque todo es perdonable. Todo aquello que permita llegar al poder, eso sí.
No nos equivoquemos. Algunas cosas son perdonables y otras imperdonables. Por supuesto. Para eso, lo imperdonable, no debe haber amnistía ni indulto alguno. Pero qué se han creído. Ante todo, hay que ser un buen ciudadano. Porque para eso está el papá Estado. Para gastar todas sus energías en vigilarte y especialmente tu bolsillo. Ser un buen ciudadano es cumplir con todas tus obligaciones tributarias. Porque Hacienda somos todos y porque si te equivocas en desgravarte un concepto dudoso ya vendrá el dedo acusador para hacerte pagar la multa correspondiente. La maquinaria recaudatoria del Estado frente al personaje de Kafka: Josef K. Hay que pagar la multiplicación de impuestos, los gravámenes, las herencias, las testamentarias, el IBI, el Trua, el acceso a las zonas sin emisiones, el IVA del gas y de la luz, el aumento del precio del aceite en un 67%, etc... Porque estamos hablando del nivel terrenal. Y ahí no valen fuegos de artificios ni indultos a la carta.
¿Cómo se les ocurre a esos agricultores salir a la calle a manifestarse y parar el tráfico? ¿Cómo se les ocurre hacerlo sin un sindicato detrás que ondee sus banderitas propagandistas? Qué desfachatez. Interrumpir el buen discurrir de la convivencia cortando el tráfico. Eso no se puede permitir por las autoridades. Hay que coserlos a multas e impedir que cojan sus tractores para que los aparquen en las autopistas, en lugar de tenerlos trabajando. En lugar de meter el arado en las entrañas de la tierra para intentar sacar producto a esas mismas hectáreas que los políticos han convertido en eriales improductivos por su despreocupación.
Que se muestran hundidos en un papeleo absurdo y burocrático, no pasa nada. A pedir cita previa, aunque sea imposible. Que los impuestos y las normativas encarecen los productos, tampoco pasa nada: lo que se pueda vender bien y lo que no pues se tira. Que la Unión Europea no es tal porque permite la entrada de productos de fuera con la correspondiente competencia desleal al saltarse la normativa, pue tampoco pasa nada porque ellos, allí en Bruselas, ya se dedican a sus juegos de corrupción y espionaje de parchís para llenarse los bolsillos. Tonto el último. Y si no que se lo pregunten a Eva Kaili y sus amigos de Qatar, o a la camarilla del «Marruecosgate», o a la letona Tatjana Zdanoka jugando a ser agente rusa, o a Puigdemont montando su monopoli de bitcoins y soldaditos de plomo apoyado por Putin.
Escribió Antonio Muñoz Molina en su ensayo Todo lo que era sólido que «ha terminado el simulacro. Que la clase política española quiera seguir viviendo en él es una estafa que ya no podemos permitirles, que no podemos permitirnos. Tenemos un país a medias desarrollado y a medias devastado, sumido en el hábito de la discordia, cargado de deudas, con una administración hipertrofiada y politizada, sin pulso cívico necesario para emprender grandes proyectos comunes».
Siento decir que, aun estando de acuerdo con sus palabras, esto sigue siendo la misma mierda de siempre. ‘SAMe Old shit’. Aunque revienten «derrepentes» que hagan tronar el cielo, nada ha cambiado ni nada cambiará hasta que ya todo sea insostenible.
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